El incendio forestal declarado el 10 de agosto de 2019 en la cumbre de Gran Canaria afectó a 9.541 hectáreas y a numerosos bienes etnográficos, pero sirvió para descubrir más de un millar de ellos que permanecían ocultos bajo la vegetación
Este martes 10 de agosto se cumplen dos años desde que se declaró el primero de los incendios que calcinaron 9.541 hectáreas de las Medianías y Cumbres de Gran Canaria. Dos fuegos que, a pesar de la extensa zona que afectaron, no ocasionaron un daño muy significativo al patrimonio etnográfico. Sin embargo, desvelaron más de un millar de bienes patrimoniales que habían permanecido sesenta años ocultos debajo de la vegetación.
El informe realizado para la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (Fedac), recalca que el patrimonio etnográfico de la zona ya sufría un evidente deterioro previo al incendio. Una situación que propició la regeneración espontánea de matorrales cada vez más densos, que ocultaron una gran variedad de elementos patrimoniales que las llamas se encargaron de dejar al descubierto. Se han contabilizado 1021 bienes etnográficos de los que el 41% presentan una calidad para la conservación alta o muy alta.
Han reaparecido antiguos bancales o cadenas, ya en desuso e incluso olvidados por muchos vecinos. Han salido a la luz con importantes daños en sus paredes y con los lógicos procesos erosivos, que se achacan a episodios meteorológicos adversos previos al incendio.
Caminos y senderos ocultos
La retirada del matorral calcinado ha mostrado eras, senderos, acequias, gañanías y lavaderos, entre otros elementos etnográficos, también con un relevante deterioro previo. No obstante, sobresalen algunas eras de la Comarca de Juncalillo que no se usaban desde hace décadas y que mantienen sus empedrados diáfanos, como la de Los Artiles, la de Bonifacio o la del Monte.
Asimismo, se perciben de forma más clara un buen número de caminos, senderos y pequeñas veredas, que permanecían semiocultos por falta de uso y por la recolonización vegetal, y que ahora son perfectamente visibles en el paisaje.
Lo mismo ha sucedido con las vueltas ganaderas, que forman parte de una de las actividades más representativas del medio rural de esta zona de la Isla, la trashumancia. Aunque estos pasos no sufrieron grandes daños, el fuego sí afectó a los espacios destinados a la alimentación temporal de los animales, especialmente ovinos. Sin embargo, las llamas destaparon antiguas vueltas ganaderas, que habían quedado olvidadas por el cese de la actividad y que fueron ocultadas por matorrales de leguminosas.
Sistema hidráulico
En lo que se refiere a los elementos etnográficos de carácter hidráulico, es decir, fuentes, minas, pozos, galerías, tomaderos, cantoneras, acequias, canales, acueductos, decantadoras, abrevaderos, lavaderos, pilares, estanques y presas, entre otros, los incendios no solo no provocaron daños, sino que realzaron la presencia prácticamente inapreciable de un buen número de las antiguas infraestructuras que hoy permanecen. Algo que contrasta con el destino de numerosas conducciones modernas mediante tuberías, que sustituían a las viejas acequias, y que fueron destruidas por el fuego.
A modo de ejemplo, el informe destaca el sistema hidráulico de la Comarca de Juncalillo – Madrelagua – La Solanita – Cuevas del Retamal, que fueron afectados pero no dañados por el fuego y que conservan intactas sus funciones originales.
De igual modo, surgen de forma visible y con sus funciones originales fuentes y pocetas asociadas, elementos de gran importancia para el medio rural, porque salvaguarda la avifauna de la zona y la regeneración de la vegetación cercana.
A modo de conclusión, las y los expertos inciden en que, si bien se deben priorizar las acciones de gestión ambiental destinadas a restaurar y minimizar los daños sufridos, “el paso del fuego ha generado una oportunidad para indagar y redescubrir el paisaje cultural y los distintos elementos etnográficos que estaban ocultos por la vegetación y ahora han salido a la luz”. Para lograrlo, recomiendan mejorar y ampliar la Carta Etnográfica de Gran Canaria, con el fin de valorar el estado actual de los bienes etnográficos ya recogidos e incorporar aquellos que hoy son visibles, tras la desaparición de la vegetación que los cubría