Día 22: Cuesta abajo, pero no sin frenos

Cuaderno de bitácora, día 22.Navegamos por un mar proceloso de duras estampas. Por aquí sigue el maldito coronavirus, el COVID-19, el muy rastrero… Deja un reguero de daños tan incontables como dolorosos, con miles de personas a las que se les escapa la vida porque sus pulmones no aguantan más y el bicho destroza las ilusiones de unos sanitarios que dan, que quede claro, hasta su último hálito para que eso no ocurra. Afortunadamente, el número de víctimas va remitiendo, el de altas va en ascenso y ya parece que vamos ganando el pulso…



De hecho, si lo que hacemos es surcar las aguas interiores del archipiélago, los datos son aún mejores. Dicen, incluso, que ya estamos empezando a doblar la curva después de haber subido al pico. Se agarran para ello al análisis de las últimas cifras, como nosotros nos aferramos a la esperanza de que en todo el planeta existan miles de naves produciendo, durante 24 horas, respiradores cual fábrica de lubricantes industriales a pleno rendimiento. Habrá que confiar en ello; la Ciencia y nuestro instinto de supervivencia nos obligan a hacerlo. Que el número de ingresados en las Unidades de Cuidados Intensivos sólo se haya incrementado en un caso es la prueba palmaria.



Mi vecina de enfrente, la del firme aplauso de las siete de la tarde, me lo ha comentado a pleno pulmón esta mañana, interrumpiendo los gorgoritos de un pájaro que se ha hecho asiduo de la calle. No es que quiera meterla en una depresión, pero la he notado pasada de optimismo. Más que nada porque cree que dentro de 21 días -los mismos que ayer sumábamos confinados- podrá retomar su vida de antes. La mismita, al 100%, con sus conciertos de masas, sus paseos por el mercadillo y las mismas pautas sociales de la era AC (Antes del Coronavirus).



Lamentablemente, me ha tocado hacer algo de pedagogía de ventana a ventana. “Nada volverá a ser como antes”, que ya lo cantaba Dani Martín. Por lo menos, exacta y estrictamente igual que antes, y ni mucho menos desde el preciso instante en que dejemos de leer el artículo 116 de la Constitución Española..Por cierto, lectura interesante para el que ya esté harto de series de televisión y series de sentadillas. Además, no lleva ni cinco minutos.



Tiene que entender mi vecina que el esfuerzo que estamos haciendo ahora no se puede guardar en el altillo de la cocina de la noche a la mañana, que el retorno será lento y progresivo, y que vamos a tener que seguir manteniendo distancia física y social (que no emocional) hasta que tengamos 0 casos, cero pa-ta-te-ro, aquí y en Pekín, y que para nadar hasta ese mundo ideal nos faltan conquistar otras metas, como inmunizarnos y/o dar con una vacuna. Las dos metas, siempre mejor que una.



Y sí, hay que hacer pedagogía, mucha. Recalcando que las medidas funcionan, desmontando bulos, siendo optimistas pero también cautos. No querramos cumplir con el axioma de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, aunque hay especímenes, afortunadamente, los que menos, que se siguen empeñando en demostrar que todo el mundo tiene cabeza, pero no todos tienen cerebro. Recuerdo ahora a dirigentes políticos internacionales, calificando de “gripecita” a este mal que nos ha cambiado la vida, y a insensatos que creen que la mejor manera de afrontar este problema es saltarse el confinamiento sin justificación aceptable.



En fin, que siguiendo la metáfora parece que ya vamos a empezar a ir cuesta abajo, con lo de la curva digo… Espero que no sea sin frenos, en el sentido de que intentemos aplicar sensatez y raciocinio cuando poco a poco retornemos a la normalidad… o lo más parecido a ello.



Me ha mirado un poco mal mi vecina, pero se le ha pasado pronto. Se ve que captó rápido. No soy ningún avinagrado. Ojalá todos reaccionasen así…



¡Anda, otro pájaro! Les dejo, que esto es puro deleite. Hay que quedarse con lo bueno de cada momento.

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