Los 1,7 millones de niños y niñas que viven a diario en hogares donde los padres maltratan de alguna manera a las madres son igualmente víctimas de esa violencia machista, que explica la violencia vicaria, su vertiente más extrema y sobre la que la legislación española ha comenzado a tomar conciencia
Se explica así, por ejemplo, el rechazo de los niños a encontrarse con sus padres una vez consumada la separación de la pareja, y que hasta ahora se ha explicado falazmente por una manipulación materna formalmente inexistente.
Así lo han dicho este jueves magistrados, médicos y expertos en el Parlamento de Canarias con motivo de la jornada «Violencia vicaria, otra forma de violencia de género», que ha organizado la Diputación del Común de Canarias.
La presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, María Ángeles Carmona, ha dicho que según los estudios elaborados hasta ahora, se puede determinar que el 71 % de las mujeres asesinadas a manos de hombres eran madres.
Deduce de ello que esos hijos y esas hijas también fueron víctimas directas porque convivían en ese ambiente de miedo y violencia en sus domicilios que les generará muy probablemente secuelas psicológicas.
Es más: en un 13 % de esos asesinatos analizados, los niños han atestiguado directamente esos hechos, sean sus padres o las entonces parejas de sus madres.
Asesinatos que mayormente se da en los hogares (90 %), lo cual es síntoma de una “especial alevosía”, es decir, de que se ha cometido un asesinato y no un homicidio, puesto que en un hogar no se está alerta ante una posible amenaza y las defensas o los mecanismos de reacción en ese sentido están más relajados.
47 niños y niñas han sido asesinados desde 2013 víctimas de la violencia vicaria
Ya el Tribunal Supremo ha establecido desde hace años que no existe el derecho de corrección sobre los niños: cualquier amenaza o agresión, por leve que resulte, no es causa constitutiva de atenuante o eximente y siempre es una infracción penal.
“Es cierto que los hijos de las víctimas de violencia de género han estado muy invisibilizados en la sociedad, en la legislación y en las resoluciones judiciales. Pero está habiendo un cambio. Se ve mayor sensibilidad y más implicación de la administración de justicia para proteger directamente a estos niños”, ha reconocido.
Según el recuento estadístico con base científica que maneja el CGPJ, “frío pero necesario”, se han contabilizado 47 asesinatos de niños y niñas desde 2013 para provocar el mayor dolor posible en una mujer, en este caso también madre: “eso es la violencia vicaria”.
Además, uno de los aspectos que más preocupa a la Justicia, según Carmona, es el hecho de que en un 76 % de los casos nadie había denunciado la existencia de una situación de maltrato hacia los niños, aspecto que se trata de erradicar con la nueva Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia.
En ella se establece, entre otros asuntos, la obligación de toda la ciudadanía de denunciar o comunicar cualquier hecho en los que pueda estar implicado un menor como víctima.
Y se ha modificado su artículo 416 para que los parientes de esos menores estén obligados a declarar contra el agresor para evitar en la medida de lo posible la impunidad ante estos actos.
La jurisprudencia ha crecido así “enormemente” en este ámbito, ha asegurado Carmona, como reflejan otros aspectos: una enorme mayoría de sentencias condenatorias, el reconocimiento en muchas de ellas del maltrato a la propia madre, como “lesiones psíquicas”, o la escasa aplicación de circunstancias eximentes.
Porque son sucesos sobre los que para Carmona no cabe efectivamente eximente ni atenuante, puesto que se realizan con toda la conciencia de sus actos, fríamente y con todas las facultades mentales.
También ha destacado el hecho de que desde 2015 se aplica la agravante de género a este tipo de delitos, una “gran novedad” que admite que las agresiones a los niños se realizan para causar daño a la mujer.
«La violencia vicaria proviene de un maltrato previo habitual»
El magistrado del Tribunal Supremo, Vicente Magro, ha asegurado que estas situaciones las provoca el sentimiento de propiedad del hombre sobre la mujer que anula su libertad, ejemplificado sobre todo en los procesos de separación.
Ahondando en la violencia vicaria propiamente dicha, Magro ha subrayado la especial gravedad de que el agresor se aproveche ya no de la superioridad física sobre su hijo o hija, un sujeto pasivo que nunca piensa que pueda hacerle daño, sino de la confianza de éstos en él.
Magro entiende que son por ello víctimas directas de la violencia machista, en una forma “reduplicada” de la misma, y que se nombra de forma distinta efectivamente para distinguirla, como sucede con la propia violencia de género de otras formas de violencia, y para generar una especie de “costumbre” y de alerta.
Ha recordado en esa línea hasta ahora el porcentaje de denuncias que se incoan por vecinos ronda tan solo un 3 o 4 %: “¿hay solidaridad entre vecinos o comunidades, en la sociedad, ante el sufrimiento de maltrato habitual previo al crimen de violencia vicaria?”, se ha preguntado.
Magro entiende que la violencia vicaria proviene de un maltrato previo habitual, porque resulta complicado que el primer acto violento de un padre sobre su mujer o sus hijos conlleve el asesinato.
El profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada y exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, ha coincidido con Magro en que estos actos no son puntuales, sino que vienen de fondo: cada año hay casi 1,7 millones de niños y niñas viviendo en hogares donde los padres maltratan a la madre, ha dicho.
Es decir, que un 18,1 % de la infancia en España vive bajo estas condiciones, un porcentaje que explica, entre otras razones, la persistencia general del machismo y de su violencia, dado que experimenta este asunto en su propia casa y adopta conductas que pueden luego reproducir.
Lorente ha detallado que en el proceso de la violencia de género se aísla y cosifica a las mujeres, se tiende a una deshumanización del objeto de la violencia por la que la mujer es una no-persona, y por lo tanto el agresor está más tranquilo, más confiado y experimenta menos remordimientos al maltratarla cada vez más.
Esa violencia, ha remarcado, la experimentan igualmente los hijos y las hijas.
Por ello, para Lorente es fundamental, como para sus compañeros de mesa, la detección de estas circunstancias que permitan adelantarse a la expresión más grave, identificar y luego diagnosticar la presencia de esas agresiones.
Una detección que puede comenzar a detectarse mediante comportamientos, actitudes o situaciones académicas, toda una serie de pistas externas que pueden desvelar referencias sobre qué hay detrás de esos niños y esas niñas, además de las consecuencias más internas, en forma de cambios emocionales.
Otra pista puede ser el rechazo de la hija o el hijo a ver al padre tras el divorcio con su mujer, que normalmente se ha explicado con el llamado “Síndrome de alienación parental” (SAP), por el cual una madre ha alienado a su hijo en contra de su padre.
El SAP formalmente no existe, supone una estrategia más para evitar profundizar en el estudio de la relación padre – hijo, y es en realidad una instrumentalización androcéntrica que muta de nombre regularmente y que considera a la mayoría de mujeres como manipuladoras y a los hombres como víctimas.
El experto entiende que habría en ese caso que analizar las circunstancias y las causas de esa conducta, profundizar en los vínculos afectivos y diagnosticar la presencia o la ausencia de violencia