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28 marzo 2024 4:11 pm

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Tío Sam, el camerunés que comparte cuarentenas con quienes bajan de la patera

Same Eitel estuvo casi dos meses en cuarentena sin haber tenido coronavirus, tras decidir aislarse en una nave industrial con los inmigrantes con covid-19 que llegaron a Fuerteventura para cuidar de ellos.

«Tenían miedo y les intentaba meter en la cabeza que no debían tenerlo”, cuenta a Efe «Tío Sam», como le llaman los chicos de las pateras.

Nació en Yaundé, la capital de Camerún, hace 47 años. De su infancia recuerda a su padre trabajando en la aduana, a su madre en casa cuidando de él y de sus hermanos, y el silencio que todo el mundo guardaba cuando en la radio se escuchaba la voz del presidente del país, el dictador Ahmadou Ahidjo.

Con Paul Biya como presidente, Same fue llamado al servicio militar, más tarde asegura que tuvo que ir con el Ejército de su país a apoyar al Chad en el conflicto que mantenía con las fuerzas de Gadafi, el entonces presidente de Libia.

Poco a poco, fue avanzando su carrera militar y se fueron cosiendo galones a su uniforme. Sin embargo, había cosas y acciones que tenía que hacer como soldado que por la noche no le dejaban conciliar el sueño.

«Mi superior me obligaba a ir con un batallón de soldados con armas a intervenir una zona donde había muchos civiles, me obligaban a tirar a gente que no tenían armas sino piedras», rememora.

Del Ejército a la valla de Melilla

Same se negó a ir contra civiles. «Le dije a mi jefe que aquello era imposible y me quitó los galones», cuenta. Después, no le quedó otro remedio que salir de Camerún, porque «si no lo hacía podía tener muchos problemas».

El Gobierno de Camerún tampoco estaba dispuesto a dejarle salir fácilmente. «Al ser militar, si no dices el motivo por el que te vas, no te dan el visado y yo no podía decir por qué abandonaba el país», explica.

Al final, no le quedó otro remedio que intentar salir del país cruzando África. Durante tres meses, recorrió los pasos fronterizos de Camerún, Nigeria, Togo, Malí, Argelia y alguno más que ahora no recuerda hasta llegar a Marruecos y, de ahí, a Melilla.

«En aquella época la frontera era más tranquila”, explica comparando los problemas que tienen en la actualidad los africanos en la valla de Ceuta y Melilla.

Tras pisar suelo español, caminó rumbo a Málaga en busca de trabajo en el campo y lo consiguió. Más tarde, siguió dando pasos por la península hasta llegar a Alicante, donde encontró empleo, primero como jornalero y después en la construcción; también halló a una mujer española que le convirtió en padre de dos hijos.

Una oportunidad en Fuerteventura

Tras la crisis de 2008, Same tuvo que bajarse de los andamios y buscar otro empleo. Durante tres años, lo intentó en Alicante hasta que en 2011 se cansó de esperar y empezó la búsqueda más allá de las fronteras españolas.

Ha estado en Alemania, Bélgica, Suiza hasta que un día recibió la llamada de un amigo que le hablaba de Fuerteventura, de hoteles y oportunidades laborales.

Same decidió, entonces, hacer las maletas y viajar a la isla en 2019 dispuesto a subirse al tren del turismo. Buscó trabajo, pero no encontró ni tampoco cómo pagar una habitación donde dormir.

Al final, le hablaron de Misión Cristiana Moderna, una iglesia evangélica que se encarga de atender a personas inmigrantes, a sin techo y a las familias con menos recursos de Fuerteventura.

Recuerda que tocó a su puerta un domingo a las seis de la tarde. «Me faltaba dinero, no tenía nada y me tuve que venir a la iglesia y explicar mi problema al pastor Ángel (el responsable de la iglesia evangélica). Él me acogió, me preguntó si había comido, le dije que no, entonces me dio de comer y luego me buscó donde dormir… y hasta hoy, sigo con ellos», dice agradecido.

Meses después de que Same llegara a Fuerteventura, la isla empezó a revivir episodios migratorios similares a los que vivió a finales de los noventa y principios del 2000. Ahora volvían a llegar a la isla decenas de inmigrantes de África, la mayoría en lanchas neumáticas con jóvenes subsaharianos a bordo, pero también mujeres, algunas de ellas embarazadas, y niños, entre ellos bebés.

El 3 de junio apareció el primer caso de covid-19 entre los inmigrantes que habían llegado en patera a Fuerteventura; el 17 Sanidad detectó 14 nuevos casos entre los que tres días antes habían sido rescatados por la Salvamar Mízar tras salir de El Aaiún, en El Sáhara.

Según iban llegando, se iban aislando en la «nave del queso», un recinto propiedad del Cabildo de Fuerteventura donde los iban separando según la patera en la que habían llegado y si eran o no positivos en coronavirus.

Cuidar y escuchar a los que han dado positivo

Hacía falta voluntarios que hablaran su idioma y que estuvieran dispuestos a cuidar de ellos. Same reunía el perfil, recibió la oferta y sin pensárselo se puso el mono de protección. «Siempre he aceptado este tipo de trabajos porque tengo una formación militar para ayudar a la gente, sé cómo escucharlos», asegura.

Cada mañana, Same ponía la cafetera para darles el primer café del día; luego limpiaba y desinfectaba las instalaciones; atendía las llamadas de los profesionales sanitarios y, sobre todo, sabía que su trabajo era «animarlos, decirles que tuvieran paciencia y que todo iba a salir bien», cuenta.

El camerunés comenta que «al estar encerrado había que darles ánimos, les hablaba para que no se aburrieran», también se encargaba de escuchar a las mujeres y entretener a los niños.

Desde la distancia de metro y medio que exigen los protocolos sanitarios, Same intentaba entretener y sacar alguna sonrisa a los pequeños que pasaban la cuarentena junto a sus madres.

Según datos de Misión Cristiana Moderna, la encargada de cuidar a los inmigrantes enfermos con la covid-19, desde el 3 de junio al 8 de agosto se atendió a 190 personas llegadas en patera en la «nave del queso», de las que 92 dieron positivo en las pruebas de coronavirus.

«Ellos me decían tío Sam me duele la cabeza, les daba un paracetamol y al día siguiente les preguntaba cómo estaban. Si estaban bien, me ponía feliz yo», cuenta con una sonrisa en la cara, similar a la que se le aparece en el rostro cada vez que ve por el albergue de Misión Cristiana a alguno de los jóvenes que atendió.

Fueron muchos contagiados, pero «al final, salió todo bien», dice.

Hace algo más de una semana, Same salió de la nave, ya no quedaban inmigrantes con la covid-19 en ella. Durante todo este tiempo, su mujer, que vive en Alicante jamás se enteró de que estaba de ‘enfermero’ de decenas de personas con coronavirus, no quería preocuparla ni ponerse él triste.

Same quería tener la cabeza y el ánimo al servicio de los chicos de la patera. Si hubiera que volver a la nave, tiene claro que volvería a levantar la mano.

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