El complejo atiende a una media de 1.800 ejemplares al año y no ha dejado de trabajar en plena pandemia. “Las sueltas de pardelas y tortugas son ahora más silenciosas y casi han desaparecido los percances en el mar”, dice Alejandro Suárez, su veterinario.
La responsable pública quiso poner en valor el “extraordinario trabajo” que en los últimos años ha desarrollado esta entidad. “Una labor muchas veces invisible y de protección del medio natural a la que queremos acompañar con un nuevo objetivo: mejorar la educación científica y medioambiental”, recalcó, tras puntualizar que “este paso se puede y se debe dar con la construcción de un nuevo centro que sustituya al actual, que se empieza quedar pequeño”.
En este contexto, el Cabildo de Gran Canaria ya está empezando a valorar la idoneidad de utilizar unos terrenos de su propiedad emplazados en Telde, “en un espacio amplio donde se pueda levantar un edificio visitable y cómodo para la ciudadanía y los trabajadores del complejo”.
La consejera de Medio Ambiente destacó que el personal de su departamento había visitado recientemente unas instalaciones en Madrid para tomar notas e ideas. “Necesitamos un espacio que se integre en la naturaleza y se adapte a las necesidades que presenta la fauna que vive en Canarias o tiene en sus costas una zona de paso”, concretó.
En principio, la idea está en fase embrionaria. No se dispone todavía de proyecto, “aunque no sería una intervención muy complicada porque hablamos de un espacio semiabierto en el que los animales estén en condiciones”.
Cuestionada sobre las dificultades económicas que podrían surgir tras la crisis devenida del parón por el Covid-19, Jiménez aseveró que la construcción de un nuevo centro de recuperación de fauna “serviría para crear empleo y mover el dinero de la institución. Hará falta gente para construirlo, profesionales que trabajen en él y contar con la colaboración de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y el Colegio de Veterinarios”, expuso. “Entiendo que una apuesta así tiene mucho sentido en el contexto actual. Hemos descuidado el medio natural y esta sería una forma de volver a prestarle atención”, matizó.
Mucho trabajo
El complejo atiende de media a unos 1.800 ejemplares, según los datos facilitados por Alejandro Suárez, veterinario coordinador actual tras una trayectoria profesional que le ha llevado a pasar por la empresa pública Gesplan. Actualmente, compagina el trabajo en el Cabildo con la docencia en Veterinaria.
“Nuestra labor consiste en atender llamadas, ir a buscar a los ejemplares silvestres que sufren algún tipo de incidente y llevar a cabo un tratamiento clínico-veterinario con este”, describe durante una pausa en su trabajo.
El centro atesora un amplio bagaje, tras más de cuatro décadas de historia, y a día de hoy presenta una tarjeta de presentación con una excelsa atención a pardelas y otras aves y, en menor medida, tortugas y cetáceos.
De hecho, el número de quelonios en el último ejercicio apenas superó la treintena -hace una década se ayudaban hasta a 80- y ha sido simbólica la ayuda a cetáceos vivos en el litoral. “El último caso, una cría de calderón gris que tuvimos que eutanasiar porque tenía graves daños”.
La plantilla del centro la componen un veterinario, cuatro operarios y un capataz que llevan a cabo la recogida de ejemplares en horario de mañana. La filosofía de futuro con la que trabaja Suárez parte de la base de que el centro “no tendría que ser sólo un hospital, sino ejercer una amplia labor de concienciación y educación ambiental. Para eso nos hacen falta más infraestructuras”, cuestión que conecta con las pretensiones de Jiménez. Actualmente, en sus instalaciones de Tafira cuentan con una clínica, un quirófano y varias jaulas de cura y vuelo, además del uso de una serie de dependencias que el Instituto Canario de Ciencias Marinas (ICCM) posee en Taliarte (Telde).
Situación en plena pandemia
En medio de la crisis por el Covid-19, Suárez confirma que los casos no han decrecido, con una media de seis ingresos diarios. “Lo que sí ha bajado bastante son los percances con embarcaciones y especies marinas. Nos avisan sobre todo por aves que han sufrido ataques de gatos, atropellos o problemas con cables, ya que los casos en zonas urbanas siguen estando ahí”, apostilla. Él y sus compañeros prosiguen con la batalla diaria, “sin becarios por la situación actual” y no dejando desatendido el servicio los fines de semana.
Entre los casos más recientes, destaca la suelta de dos tortugas en Melenara y de una pardela en La Garita. “Fue rescatada por unas niñas que habían participado hace años en un programa medioambiental, ‘Yo conozco mi fauna’, y me hizo especial ilusión ver que aún conservaban el carné que se les dio y las convertía en vigilantes verdes”, rememora. Ese mismo sábado, al ver que no se encontraba con daños graves, pudo volver a liberarla en las cercanías.
Partidario de que los animales sufran el menor estrés posible en las sueltas, reconoce que actualmente uno de los hándicaps que se arrastran por la crisis sanitaria es que no pueda contar con las autorizaciones que permiten el anillado y el chip de las especies que son reintroducidas. “También es verdad que las sueltas se producen ahora en silencio y con el personal mínimo”, agrega. Otro cambio que se puede percibir como consecuencia de la pandemia es que “igual hay muchas especies nidificando en sitios donde antes no lo hacían”.
Al haber menos gente pululando “nos cuesta más encontrar a ejemplares silvestres que han sufrido algún daño”, explica tras dar parte del último recuento de entradas a Tafira: un vencejo, una abubilla, un búho chico, dos mirlos y una lechuza.
Mientras, en el centro siguen con su labor guardando las distancias y utilizando la protección necesaria. Como dato curioso, el veterinario reconoce que por su trabajo ya solían estar antes expuestos a otro tipo de enfermedades que sí circulan entre especies animales. “Con el coronavirus aún no tienen del todo claro si pudo proceder o no de un murciélago. En todo caso, tuvo que pasar, antes de llegar a los humanos, por un huésped intermedio. En Canarias tenemos algún tipo de murciélagos, pero son insectívoros y están muy amenazados por los venenos y los molinos de viento”, añade.
Finalmente, no deja pasar la ocasión para defender la investigación. “Creemos que, si se sigue apostando por ella y por el trabajo que hacemos aquí, estaremos mejor preparados para atender cualquier otra pandemia. Los estudios no sólo deben y pueden hacerse con virus, sino también con parásitos y otras cuestiones. Un ejemplo es la investigación que mantenemos con la ULPGC sobre la presencia de tóxicos en animales silvestres, que muestra la existencia de altos niveles de raticidas. Por ahí debemos andar”, sentencia.