En el siglo XIX, comerciantes belgas se enamoraron de la majestuosidad de la palmera canaria y la exportaron hacia la Costa Azul
Factores como el cambio climático, la sobreexplotación de los acuíferos o las plagas ponen en peligro la palmera canaria. Sin embargo, esta especie autóctona tiene también un valor ornamental fuera de Canarias, pues el comercio de sus semillas se inició hace dos siglos.
Todo comienza cuando comerciantes belgas se enamoraron de su majestuosidad en el siglo XIX, y las exportaron a la Costa Azul, en Francia. Allí veraneaban las grandes celebridades del momento.
«Algunas de esas élites, entre las que se encontraba por ejemplo la Reina Victoria de Inglaterra, vieron lo maravilloso que era una palmera y la plantaron en sus jardines», informa Roberto Castro, ingeniero de Asociación Fénix Canarias.
Esta moda llegó incluso a Australia. Su comercio internacional y su consideración como objeto, sin embargo, trajo factores negativos.
Por un lado se encuentra su limitación genética. En esta vía, Isabel Saro, técnico del Cabildo de Gran Canaria, explica que «también ha promovido la importación masiva de palmeras datileras en el ámbito de Canarias. Está generando diversos problemas de hibridación de los palmerales naturales, y su gestión de recuperación es difícil».
Con todo, la concienciación es fundamental para la protección de esta planta que, más allá de su valor ecológico, es parte de la identidad cultural de Canarias.