El Papa viaja con la determinada intención de llevar su cercanía a la comunidad cristiana en el país, brutalmente perseguida por los terroristas del Estado Islámico (EI).
El papa Francisco emprendió este viernes su viaje de tres días a Irak, uno de los más difíciles y arriesgados por la pandemia y los últimos misiles lanzados contra bases de las fuerzas de la coalición internacional, pero con la determinada intención de llevar su cercanía a la comunidad cristiana en el país, brutalmente perseguida por los terroristas del Estado Islámico (EI).
De la delegación vaticana forman parte, además del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, el prefecto de la congregación para las Iglesias Orientales, el cardenal argentino Leonardo Sandri, y el cardenal español Miguel Ángel Ayuso, a la cabeza del Pontifico Consejo para el Dialogo religioso, entre otros.
También el cardenal Fernando Filoni, quien fue nuncio en Bagdad desde 2001 a 2006 y que ayudará al papa después de que el actual embajador, Metja Leskovar, contrajera el coronavirus y haya tenido que guardar cuarentena.
En el vuelo viajan con el papa 75 periodistas, fotógrafos y operadores de cámara. Todos los que acompañan en este viaje al pontífice han sido vacunados para evitar contagios.
A su llegada al aeropuerto de Bagdad, esperará al papa a pie de escalerilla el primer ministro iraquí, Mustafa al Kazemi, y dos niños con trajes tradicionales le ofrecerán flores.
Tras una discreta ceremonia de bienvenida, el papa y el jefe del Gobierno se reunirán en privado en una de las salas del aeropuerto de la capital.
Reunión con el presidente del país
Su primer acto oficial será la reunión con el presidente del país, el kurdo Barham Saleh, y el discurso que pronunciará en el palacio presidencial ante las autoridades y miembros del cuerpo diplomático.
En solo tres días, el pontífice irá al sur a Ur de los Caldeos y al norte, a la llanura de Ninive y las ciudades de Mosul y Qaraqosh, destrozadas por el EI y donde se concentraba la población cristiana que ha quedado reducida a la mitad, además de a Erbil, la capital del Kurdistán, que dio cobijo a los que huían de los yihadistas.