«Levántense, no se puede tomar el sol».
Arrastrando los pies por la orilla, refunfuñan ante la masiva presencia de foráneos, llegando a increparles desde la distancia. No son del barrio, qué puñetas hacen aquí, se dicen una a la otra mientras mueven la cabeza como acompañando sus lamentos.
Es miércoles, 20 de mayo, las nueve de la mañana. Por la playa avanza a trompicones una especie de quad comandado por dos agentes de la Guardia Urbana que se encargan de resolver dudas de la ciudadanía, al tiempo que vigilan la escena: ayer circulaba por la arena y hoy por el lateral asfaltado, pues no es cuestión de ir atropellando a la gente.
Un corredor -o ‘runner’, si son ustedes amantes de anglicismos- les reclama para preguntarles qué está pasando con una mueca de indignación. «Ya lo sé, caballero, estamos en ello», contesta el conductor del estrafalario vehículo.
Acto seguido enciende la sirena y comienza a silbar un pito que lleva colgado del cuello. Desde la arena se lo miran extrañados, a lo que el agente responde levantando el brazo desde abajo, como acompañando el vuelo de un pajarito: «Levántense, no se puede tomar el sol».
Las playas de Barcelona han abierto por primera vez hoy desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde, pero ha habido cierta confusión sobre sus términos de uso, auspiciada por declaraciones del teniente de alcaldía de Prevención y Seguridad del Ayuntamiento, Albert Batlle, ayer en posición de fuera de juego cuando le preguntaron si podría uno tumbarse en la arena.
No, no se puede hacer la fotosíntesis; sí se puede pasear y hacer deporte, incluido bañarse, aunque no de forma «recreativa». Pero siempre dentro de las franjas horarias ya previamente establecidas: para el grueso de la población, de seis a diez de la mañana.
En realidad, la novedad es que de diez a ocho las playas permanecerán abiertas, pero solo para que las disfruten niños, mayores de 70 años o deportistas profesionales en sus respectivos horarios.
Pero claro, explíquele usted esto a un alud de barceloneses que ya no tienen suficiente con saludar al mar, que quieren verlo cada vez desde más cerca, estará pensando el agente de la Urbana mientras prosigue mandando aire de sus pulmones al silbato.
El remedio no es efectivo, pues una vez pasa el quad, tras disimular durante unos segundos, la mayoría vuelve a tomar el sol. El calor comienza a apretar y bañarse ya no es estos días solo misión para valientes: el agua seduce un poco más cada hora que pasa.
A quien se le acabó la fiesta es a los deportistas que se situaban a los pies del hotel Vela, convertido en las últimas fechas en un auténtico gimnasio al aire libre. Llevaba días cumpliendo esa función sin que las fuerzas del orden dijeran nada, entre otras cosas porque las distancias físicas se solían respetar.
Pero apareció un vídeo en Twitter y con él la indignación de parte de la sociedad digital, con lo que hoy el espacio ha amanecido incluso precintado por la policía.
Entre una cosa y otra son casi las diez y la megafonía de las playas ha recordado qué se puede hacer y qué no, aclarando dudas entre muchos de los presentes.
A las diez en punto, como ha pasado durante los últimos días, ya no queda casi nadie en la arena. Alejándose del mar, los barceloneses van echando la mirada hacia atrás, como no queriendo despedirse. ¡Nos vemos mañana, cuídate!