Un grupo de investigadores universitarios explican que las calimas pudieron ser el factor clave de la llegada de partículas procedentes del accidente de Chernóbil en la década de los 80
Canarias no figura en ningún mapa sobre la dispersión de las partículas emitidas por el desastre de Chernóbil de 1986, todavía en tiempos de la URSS, porque los cerca de 4.600 kilómetros que le separaran de la central nuclear hacían muy improbable que alcanzaran las islas, pero llegaron. Es ahora cuando se sabe como ocurrió: las calimas tienen la respuesta.
Casi cinco años después del peor accidente nuclear de la historia, entre 1990 y 1991, un estudio realizado en el archipiélago detectó radiaciones de cesio-134 en suelos de tres de las cuatro islas analizadas. Para 1994, las fuentes de radiación de cesio-134 en Canarias ya habían decaído por debajo de lo detectable, pero todavía se encontraron trazas de otro isótopo de cesio, el 137.
La presencia del cesio-134 en la naturaleza es extremadamente rara. Por ello, se asume que solo puede proceder de dos fuentes: la detonación de una bomba atómica o una central nuclear.
Como el ciclo de vida del cesio-134 es muy corto (en apenas cinco años sus niveles de actividad decaen al 19% del original) y, en aquellas fechas, había pasado ya más de una década de la última prueba con armamento nuclear realizada a cielo abierto en el mundo (China, 1980), esas partículas tenían que proceder de Chernóbil.
El problema residía en que Canarias no aparecía en ninguno de los mapas de dispersión de los contaminantes de la central nuclear que realizó el Comité Científico de Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas (UNSCEAR). Por no aparecer, ni si quiera en las simulaciones se apreciaba que alguna pluma de las emisiones tomara dirección desde Ucrania hacia las islas.
La clave de la dispersión, las calimas
Nueve investigadores de las universidades de La Laguna y Málaga, incluido el científico que planteó por primera vez que podían ser isótopos de cesio de Chernóbil (José Carlos Fernández Aldecoa, ULL en su tesis doctoral de 2000), explican en «Journal of Geochemical Exploration» el mecanismo que lo hizo posible.
La clave está en las calimas, las tormentas del Sahara que cada año desplazan hacia Canarias cientos de toneladas de polvo del desierto. Inmediatamente después del accidente de la central de Chernóbil, se hallaron a 1.000 kilómetros de Canarias, en suelos de Argelia, trazas de cesio-134 y también de cesio-137, isótopo este último con algunos años más de vida (unos 30,2, de promedio).
La prueba que sostiene la hipótesis defendida por este trabajo se encuentra en los detectores de radiación ambiental de la ULL en Tenerife, que atestiguan que en los últimos 21 años partículas de polvo del Sahara recogidas directamente del aire a su paso sobre Canarias traen cesio-137. Y es algo que se detecta con frecuencia.
Huella de radiación de las partículas
Los autores admiten que también las pruebas nucleares que Francia hizo en el desierto de Argelia entre los años sesenta y setenta contribuyen a que las calimas hayan transportado trazas de cesio-137, pero resaltan que la huella de radiación de las partículas capturadas en Tenerife es muy similar a la obtenida de los suelos de ese país donde hay certeza que llegó la contaminación de Chernóbil.
Así que este grupo de científicos concluye que si el cesio-137 ha llegado «regularmente» a las islas desde 2000 a 2021 en el polvo que levantan las tormentas de arena del Sahara, también las calimas de los años 1986 a 1990 pudieron transportar a Canarias desde el norte de África cesio-134 del accidente nuclear de Chernóbil, porque las propiedades químicas de los dos isótopos «son idénticas».
De hecho, añaden, es un mecanismo de transporte que también se ha documentado en Japón, donde se han detectado partículas de cesio-137 arrastradas desde los desiertos de Mongolia y el norte de China por las tormentas de polvo que también ocurren en Asia.