El retratista que pintaba con risas

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Manolo Vieira era, ante todo, un magnífico retratista

De vez en cuando, la vida nos recuerda que hoy estamos aquí, y al día siguiente ya no estamos. Es una cuestión inexorable, por más que vivamos pensando que siempre habrá un mañana. Cuando alguien querido se nos va es cuando reparamos en todas las cosas que hicimos juntos, y, también aquellas que no hicimos pensando en que podríamos hacerlas más adelante. Esas son las cosas que más duelen, las que no hicimos porque nos enredaban cosas mucho menos importantes que seguir cultivando la amistad.

Esa es la sensación que tengo desde la noche de este miércoles. La noticia de su marcha me pilló en el mismo gélido Madrid donde nos conocimos a mediados de los años 80. Yo era un pipiolo que empezaba la carrera de periodismo, y él, un exitoso humorista llegado de Canarias para triunfar en la capital española. Florida Park era la sala que llenaba cada noche. Los setenta habían hecho famosos a artistas como Pajares o Esteso, pero Manolo practicaba un tipo de humor diferente, menos bizarro, y más de cintura para arriba.

Si Manolo tiene un antecedente nacional, ese no puede ser otro que Gila. Ambos, más que simples humoristas, eran sobre todo, magníficos retratistas. Sus «cuentos» a veces surrealistas nacían de la propia realidad; Gila describiendo aquella España analfabeta de la posguerra española, y Manolo, de esa manera canaria en que nos expresamos y relacionamos, del sentido que damos a la vida y las poses que ponemos ante las circunstancias de la vida. Describirlas en sus lados absurdos y disparatados, observarnos en un asadero y contarlo con esa visión tan emocionalmente inteligente. Fue así como se convirtió en monologuista, sin que nadie supiera entonces, hasta que llegó muchos años después el Club de la Comedia, que así se llamaba lo que él hacía encima de un escenario.

Manolo Vieira

Ambos volvimos a nuestras islas, y aquí, seguimos cultivando amistad y compartiendo sueños.  Como si fuera un prólogo de lo que vendría después, en Televisión Española en Canarias fue el primer lugar de trabajo en el que nos cruzaríamos: yo hacía cosas serias, y él ya se tomaba muy en serio hacer reír. Aquel programa de humor se llamó Una hora menos. Sabía que la televisión es una moneda con dos caras, y él lo daba todo para que cayera del lado bueno. Hizo venir de Barcelona al mejor realizador de programas de variedades de entonces, Miquel Fortuny, curtido en cientos de shows televisivos y mano derecha de Ángel Casas, un grande de la televisión de los ochenta y noventa.

Pero lo mejor estaba por llegar. Y eso ocurrió en su Televisión Canaria. Fue el cohete que necesitábamos para empezar a orbitar y que cada canario la sintiera como propia, como La Nuestra. Me incorporé a la Televisión Canaria en 2001. Entonces, aún en estas islas había mucho pleito insular y muy poco sentido de región. El que era querido en una isla podía ser rechazado en la de enfrente. Pero Manolo, que siempre había huido de pleitos y miserias insulares, era uno de los pocos artistas de entonces que se elevaba sobre las ocho islas para serlo de todas al mismo tiempo. 22 años después, ya empieza a desarrollarse un apreciable tejido de talentos locales del humor que han construido sus trayectorias en todas las islas; pero conviene no olvidar que esa puerta quien primero la abrió fue el maestro de todos ellos.

No resultó fácil convencerle para que se subiera a aquel nuevo barco televisivo que se presentó en sociedad recreando en un spot la escena del camarote de los hermanos Marx. En la tarea de subirlo jugó un papel fundamental su mánager, Santi Falcón, que en paralelo se convirtió en pieza esencial del nuevo equipo de programación de la tele, y, desde entonces, amigo del alma y genio de este oficio.

El mayor miedo de Manolo es que el público pudiera algún día cansarse de él. Sus CDs y casetes se vendían como churros, y sus actuaciones en Chistera o en cualquiera de los pueblos de Canarias siempre colgaban el cartel de completo. Por eso le temía tanto a la televisión, porque sabía qué si no medía su presencia, podía achicharrarse y quemarse igual que hacían los tubos catódicos de entonces. Pero tras el necesario proceso de maduración, aceptó el reto de competir en la noche más reñida del año, la Nochevieja, por aquel tiempo reino infranqueable de TVE con sus Martes y Trece o Morancos. En el primer contrato que firmamos, sólo puso una condición: su espectáculo solo tendría dos pases en televisión. Tal condición se mantuvo hasta este último 31 de diciembre. Paradojas de la vida; con quien firmó el primer contrato con RTVC, firmó también el último.

En paralelo a aquellos inicios, también nos comprometimos a realizar un programa semanal en el que el sketch, más que el monólogo, fuese el hilo conductor del programa. Así nació aquel mítico “Esta noche pago yo”.

La Nochevieja y Esta Noche pago yo fueron dos cohetes que nos propulsaron como ningún otro combustible podría hacerlo. No existe paralelismo cercano a la hazaña conquistada por Manolo: 22 años ininterrumpidos cenando con todos los canarios, y 22 años de liderazgo indiscutible entre todas las cadenas de televisión que emiten en España. Nadie antes ha estado tanto tiempo acudiendo a esa cita anual y nadie, desde que existe competencia televisiva, ha conseguido las cuotas que alcanzó Manolo cada Nochevieja hasta este último 31 de diciembre.

Físicamente, Manolo se fue de este mundo una gélida noche del 8 de febrero. Pero dejar de vivir no es lo mismo que morirse. Ahora seguirá viviendo en el recuerdo de varias generaciones de canarios. A cuantos trabajamos en esta casa nos toca preservar su memoria más allá de los vivos actuales. Tenemos el compromiso de cuidar su legado y cultivar el acervo que nos deja. Nuestra deuda de gratitud debe ser eterna y perenne. Se lo debemos a quien seguro que se fue tranquilo y ligero, algo que sólo les está permitido a quienes nunca traicionan su propia conciencia. Su coherencia y la genialidad de su obra siempre podrá ser comprobada revisando el inmenso archivo que nos deja.

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