El estudio señala que el empleo actúa como un factor de protección y fortalecimiento personal para las mujeres
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El 91% de mujeres víctimas de la violencia de género se sienten más vulnerables y aisladas cuando están desempleadas.
Así lo apunta la ’13ª edición del informe Violencia de género y empleo’ en el en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer publicado por el Observatorio de la Vulnerabilidad y el Empleo de la Fundación Adecco, en colaboración con 18 empresas colaboradoras.
El estudio busca sensibilizar y reconocer la importancia del empleo como factor clave para la recuperación y normalización de la vida de las mujeres víctimas de violencia de género, impulsando la puesta en marcha de iniciativas que aceleren su inclusión laboral.
El empleo, imprescindible para su independencia
En esta edición, el análisis se ha elaborado a partir de una encuesta realizada a 490 mujeres que están superando un proceso de violencia de género. De ellas, el 53% busca trabajo como un paso imprescindible hacia su independencia y recuperación, mientras que el 47% ya ha accedido a un empleo.
El estudio revela que el 67,8% de las mujeres encuestadas no tenía trabajo en el momento en que comenzaron las agresiones, lo que sugiere que la falta de independencia económica, de recursos propios y de autoestima puede dificultar la detección temprana, la denuncia y la posibilidad de romper con el ciclo de la violencia.
Esta vulnerabilidad se manifiesta en el plano emocional: nueve de cada diez mujeres (91%) afirma que, en ausencia de un empleo, se sienten más dependientes y aisladas. Por ello, los autores del estudio argumentan que el empleo actúa como un factor de protección y fortalecimiento personal, al convertirse en elemento de protección y resiliencia. Aunque tener una ocupación no garantiza la erradicación de la violencia, sí contribuye a reducir su impacto y a prevenir su repetición.
Autoestima y estabilidad económica
En este sentido, las mujeres que han logrado acceder a un puesto de trabajo destacan el cambio que supone esta nueva etapa: el 72% considera que trabajar reduce la probabilidad de volver a sufrir una situación de violencia, al proporcionarles autoestima (87,5%), estabilidad económica (84,2%) y una red de contactos más amplia (69,1%).
En palabras de la directora de Inclusión de Fundación Adecco, Begoña Bravo, «el empleo sigue siendo el recurso por excelencia para que las mujeres recuperen su seguridad, autonomía y capacidad para pedir ayuda, al proporcionarles independencia económica y una red social que refuerza su confianza y proyecto de vida».
La cronificación del desempleo
A pesar de que el empleo se consolida como uno de los principales motores de recuperación y normalización de la vida de las mujeres víctimas de violencia de género, entre las barreras figuran la cronificación del desempleo: casi la mitad de las mujeres víctimas que buscan trabajo (49%) lleva más de un año intentándolo sin éxito.
Entre los principales obstáculos para acceder al mercado laboral, el estudio destaca el desconocimiento a la hora de plantear la búsqueda de empleo (65,3%), la baja autoestima (64,2%), las responsabilidades de cuidado no compartidas (51,7%), el miedo a ser localizada por la persona agresora en el puesto de trabajo (46,4%) o las limitaciones en el acceso a recursos digitales, derivadas tanto de la falta de medios tecnológicos como del control ejercido por la persona agresora sobre el correo electrónico y otros canales de comunicación (35%).
Estas barreras, en muchos casos interconectadas, no solo limitan sus oportunidades laborales, sino que profundizan el sentimiento de aislamiento y dependencia, señala el estudio, que enfatiza en que el mercado laboral asocia a las mujeres víctimas con personalidades frágiles, dependientes o conflictivas.
La consecuencia de estos prejuicios es un proceso de búsqueda de empleo en el que predominan la cautela y la autocensura. Algunas mujeres optan por ocultar los periodos de inactividad en sus currículos o justificar los vacíos laborales con otros motivos, para evitar preguntas incómodas o actitudes discriminatorias. Este miedo a ser identificadas como «víctimas» limita la posibilidad de acceder a apoyos específicos y refuerza la sensación de aislamiento.


