“Un milagro será que todos los pueblos de esta isla no se infecten»

“Con motivo de esta epidemia están casi parados del todo los actos mercantiles”. Así se lo comunica, desde Tenerife, Francisco Escolar y Serrano a su amigo el párroco de Tinajo (Lanzarote) Francisco Cabrera y Ayala. Es noviembre de 1810 y ese año también hubo una epidemia, en este caso de fiebre amarilla.



Daba cuenta de ella en «El Día» hace unas semanas el cronista oficial de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Ledesma. Según escribe Ledesma, el foco se originó desde los barcos San Luis Gonzaga y Féniz, procedentes de Cádiz, que iban a Puerto Rico. Los primeros casos se dieron en la posada de Vicente Espada, en la calle del Tigre-Villalba Hervás, donde pernoctaron algunos tripulantes.



En la primera semana ya murieron cinco personas y se tomaron medidas de aislamiento. Más de la mitad de la población de Santa Cruz (que entonces tenía unos 7.000 habitantes) huyó hacia La Laguna, que tuvo que poner un cordón sanitario en el Molino de La Cuesta y a la altura de Paso Alto.



Entre la medidas tomadas: “control de precios a las pocas subsistencias disponibles, campaña de limpieza de la población y creación de un movimiento ciudadano” para cuidar a los enfermos y enterrar a los muertos.



Escolar escribe en esa carta, una de las muchas que compartieron los dos amigos y socios entre 1810 y 1815, que ya había seiscientas personas enfermas y cien muertos.



Ledesma señala que “de los 3.142 habitantes que habían quedado en la Villa, enfermaron 2.642, de los que fallecieron un total de 1.332. La Junta de Sanidad declaró oficialmente terminada esta nueva epidemia de fiebre amarilla el 26 de enero del año 1811”.



Pero no terminó tan pronto. En otra carta, en octubre de 1811, cuenta Escolar que “ya no es el pueblo de Santa Cruz al que aflige esta epidemia que tantos estragos hizo el año pasado en el puerto. La Orotava esta sufriendo el mismo mal”. “Antes de ahier murieron 27”. También habla de la presencia de la “maldita plaga” en Candelaria. “Un milagro será que todos los pueblos de esta isla, principalmente los de costa, no se infecten”, añade.



En otra carta, un mes después, insiste sobre su probable extensión: “… pero con el tiempo soy de parecer que sufrirán ese cruel azote ellos, todos los demás de la provincia”.



Escolar “es un todo un personaje”, señal Félix Delgado, historiador y archivero en el Archivo municipal de Teguise. Se había formado en química y botánica en las Universidades de Gotinga (Alemania) y Zaragoza. En 1805 fue comisionado en Canarias para elaborar la famosa estadística que lleva su nombre. Se estableció en Tenerife y ejerció como comerciante.



En las cartas habla con el párroco de sus negocios con aguardiente, cebada o lino, pero sobre todo de la barrilla, un negocio floreciente entre Canarias y Reino Unido que hizo progresar al puerto de Arrecife y convertirse en capital de Lanzarote.



Por su parte, Francisco Cabrera y Ayala fue el primer cura-párroco de la iglesia de Tinajo. Fue responsable de las Rentas decimales de Lanzarote desde 1805 a 1822 y falleció dejando una cuantiosa herencia.



Las cartas pertenecen al médico Juan Antonio Martín Cabrera, familiar del párroco, que las ha cedido al Archivo de Teguise.



Se han conservado, principalmente, las que enviaba Escolar al párroco. “Son importantes porque nos hablan en primera persona, no queda tanta correspondencia privada”, asegura Delgado.



Escolar también aporta mucha información del contexto de la época. Era un hombre bien informado, y además de hablar del comercio da información sobre la política internacional. “Se dice que Blake ha derrotado a los franceses en las inmediaciones de Valencia”, le dice en una de las cartas al párroco.



“Uno de los propósitos fundamentales de los archivos públicos es no sólo conservar sino también recuperar, ordenar, clasificar, describir y difundir la documentación que pueda estar en manos privadas.



Eso es lo que lleva haciendo el Archivo municipal de Teguise desde sus inicios”, dice Delgado, que asegura que con la creación de la web archivoteguise.es, “la difusión es mucho mayor y se pueden saltar las barreras espacio temporales del investigador o del ciudadano”. Toda esta correspondencia se puede leer en esa página. “La documentación en manos privadas puede enriquecer nuestra percepción del pasado porque aporta datos sobre el tejido empresarial, social, político o cultural que no tienen porqué haber sido conocidos o recogidos por las instituciones”, concluye.

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