El proyecto de el Tívoli, en la capital grancanaria, prometía convertirse en un gran parque de atracciones y un referente nacional que nunca llegó a ver la luz
Estos días se cumplen cinco décadas del inicio de uno de los proyectos más recordados —y también más frustrados— en la memoria colectiva de Gran Canaria: el Tívoli, el parque de atracciones que prometía convertirse en un referente nacional, pero que nunca llegó a ver la luz.
La idea surgió en 1972, impulsada por Nicolás Díaz Saavedra. El plan era ambicioso: levantar, a apenas cuatro kilómetros de la capital y sobre una explanada de 70.000 metros cuadrados, el tercer parque de atracciones más grande de España. Tras el visto bueno municipal, las obras comenzaron y los camiones no dejaron de entrar y salir de la montaña, de la que se extrajeron cientos de miles de metros cúbicos de tierra. Se hablaba incluso de inaugurarlo en 1976.

Solo en trabajos de desmonte, la inversión superó los 1.000 millones de pesetas. Se buscaban accionistas en la prensa y el proyecto despertaba expectación. Sin embargo, el dinero se agotó antes de que el sueño se materializara. Llegaron nuevos intentos en 1985 y en 1990, este último con el respaldo de La Caja y la llegada de atracciones desde Japón. El listado prometía: karting, locales comerciales, fuentes luminosas, un minitren, 500 plazas de aparcamiento e incluso el popular gusano loco. Pero, una vez más, el capital se evaporó y el parque quedó inacabado.
Ruina y abandono
El paso del tiempo y el salitre hicieron el resto. Algunas instalaciones acabaron vendidas en Canadá y lo que fue un espacio de promesas se convirtió en ruina y abandono. En 2013, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria decidieron intervenir para mejorar la imagen de esta entrada a la ciudad. Con una inversión de 120.000 euros, se eliminaron parte de las huellas del proyecto fallido.
Hoy, lo que iba a ser un gran centro de ocio sobrevive solo en la memoria de los que lo vieron nacer y caer. Medio siglo después, el Tívoli sigue siendo un símbolo del sueño frustrado de un parque de atracciones que nunca abrió sus puertas.