El recuerdo del difunto, la necesidad de inmortalizarlo, surge desde la antigüedad ante la idea de conservar la memoria del fallecido. Un concepto que tendrá su representación en la plástica con el retrato funerario. Lo recordamos estos días, coincidiendo con el Día de los Difuntos
La muerte ha sido, y sigue siendo, una parte esencial en la existencia del ser humano, y así lo recordamos especialmente en estas fechas coincidiendo con el Día de los Difuntos y Todos los Santos. Una parte fundamental, igual de desconocida que temida, que ha marcado asimismo la propia vida durante milenios. Sin embargo, la muerte no suponía el final de la existencia, más al contrario, era el paso decisivo hacia la salvación eterna para los creyentes.
 
El recuerdo del difunto, la necesidad de inmortalizarlo, surge en la antigüedad con la idea de preservar la memoria del fallecido. Un concepto que tendrá su representación en la plástica, tanto en la pintura como en escultura, con las primeras representaciones de máscaras mortuorias realizadas sobre el propio rostro del difunto. Una práctica que, en esencia, continuará hasta el siglo XX.
Las esculturas, estelas funerarias y máscaras abrirán el camino a los retratos pintados, más económicos y fáciles de realizar, que surgen en Egipto. Representaciones que también llegarán a Canarias, ya en la época moderna, y tendrán continuación durante varios siglos hasta la aparición de la fotografía.
El retrato fúnebre
El tipo de retrato post mortem tuvo una importante representación en Canarias entre los siglos XVII y XVIII, y fue desarrollado por algunos de los pintores más importantes de la época como José Rodríguez de la Oliva o Juan de Miranda, que recibieron para ello encargos de las clases altas y el clero. Hoy en día se conservan destacados ejemplos tanto civiles como religiosos que hablan del concepto de vida y muerte, y de cómo se afrontaba el «amargo tránsito» en la Canarias del Antiguo Régimen.
La pervivencia de este tipo de manifestaciones artísticas se mantuvo hasta la aparición de la fotografía, sobre todo cuando se populariza en las últimas décadas del siglo XIX.
 
Tipos de retratos post mortem en Canarias
Retratos mortuorios
Son aquellos en los que se representa al difunto con el torso erguido, de busto, como si estuviera de pie o sentado, como si estuviera vivo, aunque con los ojos cerrados y la expresión propia de la muerte. El ejemplo más antiguo que se conoce en Tenerife es el magnífico retrato de Bernardo de Fau, benefactor del Hospital de Dolores de San Cristóbal de La Laguna.
 
Retratos fúnebres
Representan al retratado en el lecho de muerte o el féretro, con elementos ceremoniales propios como flores, velas, cojines, telas, etc. y con el atuendo que lucía antes de recibir sepultura. En este sentido, el artista abocetaría rápidamente los rasgos del difunto en el mismo lecho de muerte para luego terminar la obra en el taller.
 
Así es, por ejemplo, la tela que representa a Sor Luisa del Corpus Christi, hoy en el Museo de Arte Sacro de Santa Clara, en San Cristóbal de La Laguna. El pintor la retrató recostada sobre almohadones, con una corona de flores, y elementos propios de su condición de religiosa como el crucifijo o el rosario. En la mano izquierda sostiene una palma, símbolo de la vida eterna en la iconografía cristiana.
 
Retratos civiles y religiosos
Asimismo, estos dos tipos se pueden dividir en retratos civiles y religiosos, de los que existen ejemplos significativos en las islas. Los primeros suelen representan a personajes relevantes, cuyos familiares o instituciones quisieron conservar su memoria con esta práctica.
El retrato de Lope Fernando de la Guerra es un ejemplo perfecto para ilustrar la calidad que alcanzaron algunas de estas piezas. En él, Rodríguez de la Oliva confirma el virtuosismo como retratista, con el delineado de las facciones y el uso de los claros y oscuros, incluso en las efigies port mortem.
 
Los de tipo religioso representan a personas relevantes de la comunidad como el caso del obispo Bartolomé García Ximénez que se conserva en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife. El retrato, o más bien los retratos, que se llevaron a cabo de Sor María de Jesús de León ‘La Siervita’ de La Laguna, ilustran perfectamente la difusión de este tipo de piezas.
 
Al igual que ocurría con el tipo civil, en los casos religiosos también se daban casos de encargos de las propias familias de los fallecidos. Podría tratarse de algunas de las religiosas del convento de San Juan Bautista de San Cristóbal de La Laguna retratadas por el pintor Juan de Miranda que se guardan hoy en el propio monasterio.
 
La llegada de la fotografía
La inmediatez de la fotografía desbancó al retrato pintado. El servicio del fotógrafo se popularizó, no solo entre la clases altas y, aunque seguía siendo un artículo de lujo, permitió disponer de este tipo de imágenes a los familiares de los fallecidos, a los que ayudaba a pasar el duelo. En una época en la que las prioridades eran otras, esta última fotografía era, en muchas ocasiones, la única que se había hecho de la persona.
Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX encontramos ejemplos que demuestran la convivencia de ambas técnicas, sobre todo en ámbitos culturales, aunque en un número sensiblemente más reducido en el caso de las pinturas, casi anecdótico. Un ejemplo de ello es el retrato ‘Retrato mortuorio de Fortuny’, pintado en 1878 por Alejandro Ferrant y Fischermans, que conserva la Casa de Colón en Las Palmas de Gran Canaria.
 



 
 
 
 
