Se cumplen 20 años del paso de la tormenta tropical Delta por Canarias

La tormenta Delta en Canarias mostró la vulnerabilidad del archipiélago frente a episodios extremos y la necesidad de estar preparados para lo inesperado

Daños en las infraestructuras eléctricas en Tenerife tras el paso de la tormenta tropical Delta. Imagen RTVC
Daños en las infraestructuras eléctricas en Tenerife tras el paso de la tormenta tropical Delta. Imagen RTVC

Cuando se cumplen 20 años, el archipiélago canario vuelve la vista atrás para recordar una de las noches más devastadoras de su historia reciente. Entre el 28 y el 29 de noviembre de 2005, la tormenta tropical Delta golpeó con una fuerza inédita a todas las islas, dejando tras de sí siete fallecidos, más de 300.000 personas sin suministro eléctrico y daños materiales que marcaron un antes y un después en la gestión meteorológica y de emergencias en Canarias.

El fenómeno sorprendió por su comportamiento anómalo. A muchos ciudadanos la tormenta los cogió desprevenidos, incapaces de imaginar que una tormenta tropical —habitualmente asociada a trayectorias muy lejanas al archipiélago— pudiera afectar de forma tan severa al territorio.

La llegada de Delta se manifestó con invernaderos destrozados, muros caídos y torretas eléctricas retorcidas que dejaron sin luz a amplias zonas. En Santa Cruz de Tenerife, planchas metálicas arrancadas por el viento salieron despedidas, causando escenas de gran tensión. En Gran Canaria, el icónico Dedo de Dios, símbolo natural de Agaete y atractivo turístico de referencia, no resistió la fuerza de los elementos y se fracturó, dejando un vacío irreparable en el paisaje y en la memoria colectiva.

Trayectoria inusual

El fenómeno meteorológico había nacido días antes en el golfo de Guinea y, contra todo pronóstico, giró hacia el norte y permaneció casi estático cerca de las Azores antes de dirigirse al este, una trayectoria muy inusual para estos sistemas tropicales. Su presencia comenzó a notarse en La Palma y El Hierro durante la mañana del 28 de noviembre, extendiéndose progresivamente hacia el resto del archipiélago. Ya por la tarde, Tenerife empezó a recibir el impacto más severo. Durante la noche, los vientos alcanzaron velocidades históricas: más de 140 km/h en la costa y casi 250 km/h en la cumbre del Teide.

En Fuerteventura, un hombre falleció al ser arrastrado al vacío por los vientos. A unos 200 kilómetros al sur de Gran Canaria, un cayuco con migrantes subsaharianos naufragó en plena tormenta y seis de sus ocupantes murieron en el intento de alcanzar la isla.

Grandes daños materiales

Los daños materiales fueron de gran envergadura. Amplias zonas agrícolas —especialmente plataneras e invernaderos— quedaron arrasadas en diferentes puntos de la geografía canaria. En el Hospital Universitario de Canarias (HUC), la rotura de cristaleras obligó a evacuar a pacientes de los pisos superiores. Numerosos ciudadanos se vieron obligados a pasar la noche en aeropuertos o en estaciones de guagua debido a la imposibilidad de desplazarse.

La formación natural denominada Dedo de Dios, en Gran Canaria, ubicada en el Puerto de las Nieves de Agaete, se fracturó. Este símbolo recordaba a un dedo señalando el cielo y era uno de los emblemas naturales más queridos por la población. Tras Delta, solo quedó la base del monolito.

Estado en el que quedó el Dedo de Dios tras el paso de la tormenta. Imagen RTVC
Estado en el que quedó el Dedo de Dios tras el paso de la tormenta. Imagen RTVC

El impacto sobre la red eléctrica fue igualmente histórico. Más de 300.000 personas quedaron a oscuras, especialmente en Tenerife, donde zonas como Santa Cruz, La Laguna, Tegueste, El Rosario, Arico, Fasnia y el valle de Güímar permanecieron sin luz durante días. En algunos puntos, el suministro no se recuperó hasta una semana después.

Dos décadas más tarde, la huella de Delta sigue viva. Su paso impulsó una modernización profunda en los protocolos de protección civil, en la vigilancia meteorológica y en la percepción ciudadana de los fenómenos climatológicos adversos. La tormenta Delta supuso un punto de inflexión que recordó, la vulnerabilidad del archipiélago frente a episodios extremos y la necesidad de estar preparados para lo inesperado.

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