Mitad noruego, mitad canario. Juan Carlos Knudsen, a sus 63 años, no es un hombre carnavalero y eso que vive en pleno corazón de Las Palmas de Gran Canaria, donde la fiesta de la carne se vive con pasión en el mes de febrero. Cada tarde, a las 7, puntual, como un reloj, se asoma a la ventana de su piso, junto a su mujer, Lola, para homenajear con su aplauso a los sanitarios que están luchando contra el Covid-19.
Su historia podría ser como la de tantos españoles que dan las gracias de esta manera al personal sanitario, salvo porque lo hace disfrazado de Robin Hood, de Minnie, de momia, de gato, de médico o de cocinero y no repite atuendo. Todo empezó por un niño de 5 años, que vive en el edificio de en frente. “Yo escuchaba a su madre diciéndole que se asomara, pero el niño se ve que es tímido y no lo hacía, así que decidí disfrazarme para que tuviera un motivo para salir” y participar del aplauso, explica. Su iniciativa tuvo éxito y ese pequeño ahora sale todos los días a su balcón a aplaudir y a ver a Juan Carlos.
No es el único, como él muchas personas se asoman para compartir el momento, vecinos suyos que conocía de vista y con los que ahora ha creado un vínculo: “Hay una familia de Mauritania a la que le costaba saludar y ahora siempre se asoma a las 7 o un filipino que me anima desde su casa a que yo siga haciendo pasar un rato agradable a la gente”, cuenta Juan Carlos, quien ha convertido la antigua habitación de su hija en un camerino, donde él y Lola dan vida a los personajes que cada tarde salen a la ventana a “alegrar” a la gente.
“Yo no lo hago para que me aplaudan a mí, sólo para pasar el ratito, porque me sale del alma” y lo de hacer disfrutar a los demás lo tiene grabado en los genes “por parte de madre” y así lo muestra en cada tenderete al que acude en casa de su hermana o en las fiestas de navidad del departamento de muebles de El Corte Inglés, donde trabajaba hasta que se prejubiló hace tres años, y ahora desde su ventana.
Cada tarde un aplauso y un disfraz
