A punto de cumplirse un año desde que terminara el proceso eruptivo en La Palma, repasamos con el geólogo José Mangas lo que ha sido este año post eruptivo, marcado por la emanación de gases, las altas temperaturas y la sismicidad. A pesar de la catástrofe, los expertos como él recuerdan que gran parte de la vida procede de los volcanes
¿Por qué hay personas que viven bajo un volcán activo? Pues porque ven más beneficios que riesgos, responde el catedrático de Geología y experto en Vulcanología de la Universidad de Las Palmas, José Mangas, que repasa la situación del volcán Cumbre Vieja, rebautizado como Tajogaite, cuando se cumplen casi 15 meses de su erupción.
Desde que el 19 de septiembre de 2021 empezara a escupir lava, el volcán Cumbre Vieja ha marcado la vida y la historia de la isla de La Palma. Donde aún hay zonas inaccesibles porque el volcán sigue emanando gases tóxicos, recuerda el catedrático.
Mangas, que fue uno de los vulcanólogos que siguió y explicó la evolución de la erupción del Tajogaite, explica que el volcán «todavía emite gases con flúor, cloro, carbono y azufre, que forman minerales, por las fisuras y el cráter».
«A las zonas, muy turísticas, de Puerto de Naos y la Bombilla todavía no se ha podido acceder de nuevo porque ha habido emanación de monóxido y dióxidos de carbono, gases que pueden llevar a la muerte de las personas. La concentración de estos gases está por encima de la permitida y, de hecho, han encontrado animales muertos», subraya Mangas.
«Los habitantes quieren volver y ha habido manifestaciones, pero las concentraciones de gases se miden cada día y la prohibición de acceso a estas dos zonas es oportuna», justifica.
Tras la erupción, los vulcanólogos se preguntan: «¿Qué tenemos que hacer? ¿Cargarnos la colada de lava para volver a hacer carreteras o dejarla para estudiarla?».
La lava cortó la isla
Mangas describe cómo la colada de lava «cortó» la isla y explica que ya hay carreteras construidas para reconectar puntos que quedaron incomunicados, pero reconoce que intervienen intereses políticos, y las elecciones del año que viene todavía alimentan más la confrontación política sobre las consecuencias de la erupción.
De forma contraria a las zonas inundables en las que la ley prohíbe edificar, hay personas que siguen viviendo cerca de áreas que podrían estar en peligro en caso de erupción volcánica, y muchas familias lo hacen, según Mangas, porque no disponen de los recursos necesarios para marcharse y, además, tienen un sentimiento de arraigo al lugar: «han nacido y se quedan ahí».
Mangas se refiere a un estudio publicado en Hawái en 2018 que demuestra que es más barato comprar en las zonas con mayor probabilidad de riesgo volcánico.
«Arriesgan porque los beneficios que les aporta vivir donde lo hacen son mayores al riesgo que puede suponer una erupción. Si pensamos que el periodo de recurrencia puede ser de 50 años aproximadamente, lo ven lejano y prefieren el beneficio de, por ejemplo, las plataneras o el turismo», argumenta el geólogo.
Mangas defiende que, en el caso de La Palma, la administración debería apostar por «una mejor ordenación del territorio que fomentase el desplazamiento hacia el norte, que sabemos que es una zona inactiva«.