Poemas de Tomás Morales «Calle de La Marina» y «Elegía de las ciudades bombardeadas»

Poemas de Tomás Morales «Calle de La Marina» y «Elegía de las ciudades bombardeadas» en la voz de Pilar Rumeu y Sergio Miró. Grabados en la Plaza de la Iglesia de Santa Lucía de Tirajana, Gran Canaria.

RTVC realiza un especial dedicado a Tomás Morales por la conmemoración del centenario de la muerte del poeta.

Poemas de Tomás Morales «Calle de La Marina» y «Elegía de las ciudades bombardeadas»

Poema de Tomás Morales «Calle de La Marina»

Calle de la Marina, en la tristura

neblinosa de la noche invernal.

Pobre y sin luz, medrosamente oscura,

en la desolación del arrabal.

Calle de horror. Impune encubridora

para todo lo infame o subrepticio,

por donde la miseria es corredora

y se amanceba el crimen con el vicio.

Tascas, burdeles; casas que previenen

con su aspecto soez. Toda la incuria

de los puertos de mar, en lo que tienen

dependencia, de robo y de lujuria…

De vez en vez, de una ventana estrecha

sale algún juramento destemplado,

o alguna copla obscena que nos echa

su vaho de aguardiente y de pecado.

Y se ven desfilar torvas figuras,

con trazas de asesinos y ladrones,

que esquivan sus innobles cataduras

pegadas a los sucios paredones;

y nos miran con odio o menosprecio;

mientras nos brindan un carnal banquete,

vendedoras de amor a ínfimo precio,

enfermas, bajo el vivo colorete…

La contingencia de un fortuito acaso

nos va invadiendo con espasmos ledos,

y nos acucia a aligerar el paso

el latir azuzante de los miedos.

Arrepentidos ya de nuestra andanza

ve la ilusión que espantos imagina,

tras de cada portal una asechanza

y un «la vida o la bolsa» en cada esquina.

Y hacia un oscuro callejón siniestro

se va la planta con terror llevada,

cual si nos arrastrara a pesar nuestro

la fatal atracción de una emboscada.

Donde, tal vez, por cosas de dinero,

tras el brutal ardor de una disputa,

enterró su cuchillo un marinero

en la garganta de una prostituta…

Poema de Tomás Morales «Elegía de las ciudades bombardeadas» 

Gravita en torno al espectral paisaje 

una inverniza claridad muriente: 

bajo la lenta majestad del orto

surge el fracaso.

Son las ciudades de la guerra, heridas 

en un terrible y militar encono;

torvas siluetas fantasmales trazan 

sobre la niebla.

¡Villas del Norte, hasta el ayer ruidosas, 

ebrias del oro de sus claros vinos!

Hoy sólo otorgan el prestigio augusto

de lo pasado.

Mas no hay pasado en sus bastiones rígidos 

ni en sus sillares la labor aquella

-tan femenil- con que las buenas Horas bordan las ruinas…

Más generoso que el cañón, el Tiempo, 

y más artista, en el legado antiguo 

colgó el misterio, e hizo en las junturas 

crecer la hierba…

Ahora, en el tedio polvoroso hundidas, 

sus inquietantes equilibrios aguardan; 

acribilladas, humeantes, vivas

de horror moderno:

las altas casas, vecinal albergue, 

-rotos los muros, los tabiques rotos- 

en el dolor, ennegrecidas muestran

sus interiores.

Los dulces muebles familiares, aptos 

para el diario menester pacífico, 

humildemente, su miseria asoman 

por los escombros.

¡Ansias secretas del hogar violadas!

¡Minas de amor o de piedad deshechas!

¡Todo un ensueño peculiar quebrado 

súbitamente!

Hablan las ruinas: «-La fatal Discordia

»de hermano a hermano concitó las iras. 

»Sobre esta bruta pesadilla enorme 

»pasó la Guerra.

»¡Huíd, nacidos! La sevicia humana 

»muestra sus dientes al botín espléndido. 

»Los negros potros del terror relinchan 

»encabritados.

»Asid las crines que el espanto eriza 

»y hacia otras zonas cabalgad ligeros. 

»Donde no asista la señal del hombre 

»plantad la tienda…»

Callan… Y al pronto, la explosión temida 

su claudicante trabazón remueve:

tras la voluble polvareda mírase

todo cambiado.

Y el bardo aleja con temor los ojos 

del lamentable panorama y llora, 

¡villas del norte de la dulce Francia!, 

vuestra elegía…

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