Poema de Tomás Morales «Oda al Atlántico II» en la voz de Kiko Barroso y Wendy Fuentes. Acompañados del guitarrista Javier Infante. Grabado en el Faro de Maspalomas, en San Bartolomé de Tirajana, Gran Canaria.
RTVC realiza un especial dedicado a Tomás Morales con motivo de la conmemoración del centenario de la muerte del poeta.
El poema de Oda al Atlántico está dedicado a Rafael Cabrera.
Poema de Tomás Morales «Oda al Atlántico II»
Así pasaron cientos de centurias iguales,
soledad y misterio… Las potencias rivales,
sin abdicar un punto, mantenían su puesto
con su actitud de siglos y su forzado gesto.
Mas, de pronto, una noche claudican los puntales,
se anuncian cosas nuevas y sobrenaturales.
Primero es un menguado claror alucinante.
Ronco rumor distante
se acerca presuroso por el azul sereno;
un diamante de fuego raya el éter, un trueno
repercute en la clara concavidad de un monte
de la tierra cercana… y en el brutal desgarro
de una nube aparece, llenando el horizonte
– áureo de prestigios -, Poseidón, en su carro…
Y en medio, el Dios: sereno,
en su arrogante senectud longeva,
respira a pulmón pleno
la salada ambrosía que su vigor renueva.
Mira su vasto imperio, su olímpico legado
– sin sendas, sin fronteras, sin límites caducos -;
y el viento que a su marcha despierta inusitado,
le arrebata en sus vuelos el manto constelado,
la cabellera de algas y la barba de fucos…
Tiende sobre las ondas su cetro soberano:
con apretada mano,
su pulso duro rige la cuadriga tonante
que despide en su rapto fugaces aureolas
o se envuelve en rizadas espumas de diamante…
¡Así miró el Océano sus primitivas olas.
Quedó el hechizo roto: las aguas se curvaron
flexiblemente y, raudas, en amoroso allego,
por toda la llanura gloriosa se buscaron,
con langor de caricia y agilidad de juego.
Llenó un rumor vehemente los ámbitos difusos;
los gérmenes profusos
a actividad trajeron sus faces vibratorias
y describieron, plenos de estímulos vitales,
maravillosos peces, sinuosas trayectorias,
moviendo apresurados sus aletas caudales.
Y el impulso fecundo se transmitió uniforme:
aves de aliento enorme
rasgaron los espacios con repentino vuelo
y, a lo lejos, tocados de súbitos ardores,
tropeles de gigantes cetáceos en celo
lanzaban imponentes, hasta horadar el cielo,
con ímpetu de tromba, líquidos surtidores…
Y apareció la aurora vibrante de energía,
una aurora de fuego, más bien un mediodía.
Todo era formidable e infantil: sonriente,
Apolo se ofrecía coronado de rosas,
y con gracioso anhelo,
sobre el arco del cielo
galopaban las horas atropelladamente.
Las nubes sus vellones hilaban presurosas,
mientras que, cual un cíclope de fenecidas castas,
tocado del conjuro,
agigantaba el aire sus dimensiones vastas,
cada vez más glorioso y cada vez más puro…
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