Definitivamente, al Atlético de Madrid no le beneficia el papel de favorito, apartado, cuando más responsabilidad sentía y cuando más opciones se le presuponían, de la Liga de Campeones por un rebote en el minuto 87, en el 2-1, y por el Leipzig; un equipo con mayúsculas que causó el fiasco del conjunto rojiblanco, al que doblegó con la determinación del que no tiene nada que perder… Y sí mucho por ganar (2-1).
De forma cruel, quizá sí, con un gol en propia puerta de Stefan Savic en el minuto 87; en el momento más inesperado, probablemente también, porque era cuando el Atlético parecía más entero tras un largo recorrido sometido por su adversario. Pero tampoco nada extraño en el global de todo el partido. Fue mejor el Leipzig.
El Atlético tiene límites esta temporada. Por mucho que Jan Oblak le haya dirigido mucho más lejos de lo que mereció en Anfield, por mucho que haya crecido de forma indudable tras el parón del Covid-19 o por mucho que la increíble irrupción de Marcos Llorente le haya aportado unas posibilidades ofensivas que le han hecho más incisivo.
El año de «transición» que proclamó Diego Simeone apunta en ese sentido. Necesita tiempo, seguro. También necesita otras muchas cosas más el Atlético, que desde hace tiempo ‘vive’ por la ‘Champions’.
Por todo lo que le supone económicamente de forma directa e indirecta en cuanto a ingresos, multiplicados por su estabilidad año tras año en esta competición con Diego Simeone, y por todo lo que genera emocionalmente este torneo, cuyo título es tan anhelado en el equipo como ha sido imposible hasta ahora. Por un minuto, por la prórroga, por goles agónicos, por los penaltis… Inalcanzable.
No desiste el Atlético, con esa insistencia irrenunciable. Una fe que le ha transformado en un bloque que jamás da nada por perdido, aunque el tamaño del golpe sea gigantesco, como lo fueron las finales perdidas, y aunque la gloria mundial, la que otorga ser campeón de la ‘Champions’, haya esquivado por milímetros o segundos hasta ahora al club rojiblanco, dos con el ‘Cholo’ como técnico.
No es suficiente. La decepción de este jueves, indudable desde cualquier perspectiva, daña de nuevo al Atlético, que seguirá intentándolo. Ya son tres años sin llegar más allá de cuartos en la Liga de Campeones, que abren el paso a un equipo con mucho futuro y muchísimo presente: el Leipzig, estupendo cuando ataca.
No tiene tanto nombre o ‘publicidad’ el Leipzig, pero el reto que le planteó al Atlético fue de suma exigencia. Porque mueve la pelota para atacar. No tiene la posesión por un mero hecho especulativo. No la tiene por tenerla, sino porque busca un destino invariable: la portería. Y además lo hace con un dinamismo, una precisión y un intercambio casi constante de posiciones que asombra a cualquiera, encima con una colección de futbolistas que juegan muy bien.
El gol del 1-0 de Dani Olmo, allá por el minuto 50, es un ejemplo sensacional de tales cualidades. La movió de un lado para el otro, en uno o dos toques como mucho hasta que halló una vía, el espacio suficiente para el centro desde la banda derecha y el certero cabezazo en llegada, cruzado, imposible hasta para Jan Oblak.
Un golazo por construcción, resolución y determinación. Todo eso combina el Leipzig en su equipo. Lo sufrió el Atlético, que padeció minutos sin ver ni de lejos la pelota; por ejemplo los primeros diez. Resurgió por momentos porque, aparte de su prioridad colectiva, su obsesión táctica y el repliegue al que le conminó su voraz, intenso y contundente adversario, tiene individualidades de talento o recursos para demostrar su presencia ante tal dominio.
Uno es Yannick Carrasco, activo al principio y difuminado al final. Por su ocasión en la primera parte, la mejor -casi la única-, el equipo aligeró el peso de un partido que no iba para el lado que quería. Y por sendos cabezazos de Savic (después sufrió una brecha en un potente golpe con Halstenberg) y de Giménez demostró que el balón parado también es una destreza que puede manejar con soltura.
Hasta ahí. Fue un paréntesis que rehizo un rato al Atlético, que pidió un penalti -riguroso si lo hubiera pitado- a Saúl. Pero no igualó ni mucho menos el partido sobre el terreno. Nada más lo frenó. Kevin Kampl fue el dueño absoluto del medio. Aun así, el bloque de Simeone, casi siempre a la espera de su adversario, sin ocasión de presionar o de contraatacar, incluso con la pelota como un elemento casi ajeno, contuvo bien a su oponente, que no exigió ni una parada de Jan Oblak en el primer tiempo. La mejor noticia.
La peor, por el contrario, estuvo en el sector opuesto del campo durante 50 minutos. En el ataque. Marcos Llorente casi ni tocó la pelota. Y eso en la actualidad es un déficit casi inasumible para el Atlético. Ni entre líneas ni en carrera, su equipo no le encontró, también por la buena presión y posicionamiento de su contrincante. Con Diego Costa conectó algo más, pero cualquier comparación entre su mejor pasado y su presente sólo genera melancolía y frustración.
Hasta el 1-0 en contra, Simeone no movió el banquillo. Entonces sí recurrió a Joao Félix, que, aún con su intermitencia indudable de todo el curso, puede proponer registros que urgen en el Atlético, más aún en partidos como el de este jueves. Tiene 20 años. Pero el fútbol no depende ni de la edad ni de la experiencia. Depende del talento. Y el suyo es innegable. Él cambio el partido, pero no el desenlace.
Desde el primer instante sobre el terreno, su personalidad fue evidente. Reclamó cada balón, desbordó y lideró a su equipo como si hubiera jugado una cantidad de partidos en la Champions que aún no ha disputado. Tiene mucho tiempo para hacerlo. También mucha ambición. Y unas cualidades que se le presuponen a sólo unos pocos.
El 1-1, en el minuto 70, es suyo de principio a fin. Por elaboración y por ejecución. Desde el medio campo hasta el área contraria, previa pared con Diego Costa, hasta que fue derribado por Klosterman, el único que fue capaz de detenerle. La pena máxima la transformó con la misma convicción: un derechazo junto al poste.
No fue suficiente. Un tiro desde fuera de Adams, un rebote en Savic que descolocó a Jan Oblak y un gol que agranda la frustración del equipo rojiblanco en la Liga de Campeones. Al Leipzig le espera el París Saint Germain en las semifinales; al Atlético, la decepción.