El escritor Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1973) acaba de publicar “Un tío con una bolsa en la cabeza”(Siruela), un libro que terminó en 2019 y que trata sobre alguien atrapado, agobiado, bajo una bolsa. Una novela negra en forma de soliloquio. La entrevista es por skype, la nueva presencialidad y horas antes que se anuncie la segunda edición de la novela.
-Perdone por empezar por la pandemia, pero parece que, sin intención, ha escrito una alegoría sobre la situación social, de angustia e incluso de bloqueo, al mostrar a una persona en una situación agobiante, con una bolsa en la cabeza. ¿Una broma del destino?
-Una fatídica casualidad (ríe). Lo terminé a principios de 2019 y ya estaba previsto que se publicara en octubre de este año, pero cuando se acordó esta fecha, quién nos iba a decir que un libro claustrofóbico, de un señor que se está asfixiando, iba a salir en una época en la que la gente sale del enclaustramiento, o vuelve, y tiene que leerlo, si lo lee en público, con mascarilla. Da la impresión de que se lee en realidad aumentada. No sé si será bueno o malo para su recorrido, pero como el asunto del que habla el libro lo seguimos teniendo ahí y no nos lo quitamos de encima…
-Trata sobre la corrupción política, el urbanismo, el modelo turístico… Retrata algo que es sistémico, que no se trata de dos manzanas podridas, que es una versión más digerible para la sociedad…
-Hay diferentes niveles. Está el nivel individual: el ser humano es corruptible, y sobre todo cuando vive en un sistema, como el capitalista, en donde se propugna la ambición, no poner límites a la riqueza, con sus falsos mitos como que la riqueza de unos pocos nos beneficia a todos o que la competitividad es buena para la sociedad. Todos esos mitos funcionan de manera muy eficiente dentro de la mentalidad liberalista. Después, la corrupción asume diferentes formas dependiendo del lugar y el momento. España tiene una especificidad muy interesante porque nuestra democracia sucede después de una dictadura en que las redes clientelares y corruptas se institucionalizan. El propio jefe del Estado era perfectamente corrupto, y todas esas redes perviven durante nuestra democracia, sobreviven a la transición. Si hablamos de Canarias, súmale que tenemos nuestro propio modelo de corrupción muy cercano a este modelo de negocio de turismo de sol y playa, de la depredación del territorio… Me sirvió muy bien como documentación la que tuve para escribir «La ceguera del cangrejo«, pero me interesaba no solo hablar del corrupto como el malote de mi novela, sino ver al ser humano que hay ahí abajo y qué pasa en la moral de alguien que va cruzando esas líneas y llega a un territorio del que no puede volver atrás.
-Sin desvelar nada, al protagonista le redime, en parte, que ha sufrido una gran desgracia y que tiene reflexiones que, aunque llenas de cinismo, se acercan a una versión de la realidad lamentable pero cierta…
-Está la reflexión, que les sirve como pobre justificación a los corruptos: que el ambiente ese este y la corrupción es sistémica en este país. No sé hasta qué punto es esto cierto pero es una de las justificaciones que esgrimen los corruptos y los corruptores. Me interesa ver cómo vas buscando justificaciones ante ti mismo, porque nadie quiere verse como un miserable, un villano… Seguro que Hitler pensaba que era buena persona. Necesitamos construir una imagen de nosotros mismos que nos ayude a soportarnos. Cuando te pones en la cabeza de alguien así, miras el abismo pero el abismo también te mira a ti, y al final yo me estaba preguntando qué tendría que pasar para que yo fuera este señor.
-Nadie está libre de convertirse en un corrupto. De hecho, los corruptos son personas normales y corrientes.
-Efectivamente. Cuando alguien hace algo malo es fácil ponerle la etiqueta. Pensar que somos inmunes a las ambiciones, vicios, a la presión social… Probablemente sea la mejor forma de abrir la puerta a caer en esa rueda.
-Siempre pensamos que el mal es ajeno, que viene de fuera o no está en nuestro entorno más cercano.
-Todos somos capaces de lo peor y de lo mejor si se dan las circunstancias, pero más que eso, que es un asunto de la moral, me interesa que hay sistemas que promueven la ambición, alcanzar los fines sin reparar en los medios, ver a los demás seres humanos como medios. Esos sistemas son caldo de cultivo para que el equilibrio moral caiga del lado indeseable de la balanza. Vivimos en un sistema que cree en el crecimiento continuo, en la superación. Si en tu carrera profesional tienes un equilibrio y estás a gusto, en seguida viene un coach que te dice que te estás estancando. Yo trabajé en la hostelería y he visto morir negocios maravillosos porque les comen el coco… Alguien con un piscolabis que funcionaba bien, daba sus desayunos y vivía más o menos bien, y en seguida le convencían de que el negocio tenía que crecer, y el hombre ponía franquicias y acababa arruinado porque lo que sabía era hacer sandwiches.
-Da la impresión de que se está especializando en la corrupción, o que ha pasado de la de los bajos fondos a la de las altas esferas.
-En el primer libro de Eladio Monroy ya había un poderoso detrás. En mis novelas hay una violencia física muy evidente porque, al final, hago novela negra como excepción del supuesto orden, para explicarlo. Siempre hay una cierta violencia económica estructural, que es la que se está expresando en esa otra violencia física. En algunas novelas, la económica aparece como trasfondo. En la novela que tenía a César Manrique como centro era evidente la vinculación entre corrupción y desarrollo urbanístico. También en «Morir despacio». Es un tema que siempre me ha interesado, que se ha hecho ahora más evidente pero siempre ha estado ahí. Supongo que si hubiera escrito en un país estalinista mis críticas hubieran ido hacia el estalinismo. Mi interés siempre ha sido provocar la reflexión en torno a las contradicciones del sistema en el que vivimos.
-Su protagonista dice que nadie que no sea un miserable desea el poder. ¿Cree que está empezando a ser usted incómodo para el poder?
-Un escritor nunca es peligroso, al menos hoy en día. No sé si me ven como una molestia. A veces te das cuenta de que dependiendo del éxito es más difícil hacerte daño o no. Yo siempre he tenido un mediano éxito editorial que me permite vivir, pero me siguen haciendo encargos institucionales.
Nunca he tenido un problema en ese sentido, y hay ciertos sectores del poder económico que sí me ven con cierta antipatía, pero afortunadamente tengo lectores que me hacen no necesitar a nadie…
-Vuelve a demostrar que para hablar de algo universal nada mejor que lo local. En el libro aparecen guiños reconocibles, como un viaje de un político a la ópera a Salzburgo en jet privado o el PISE, el Partido de Independientes de San Expósito, que son reconocibles para quien siga la política canaria pero que los entiende cualquiera.
-Esta novela refleja a un político que se da en todos los pueblos. Cuando hay un partido de independientes sabes que no tiene ideología. Una persona de derechas tiene su ideología, una idea, yo eso lo respeto, pero cuando viene alguien, que en realidad es un empresario que se monta un partido político para seguir haciendo los ‘bisnes’…, a mí eso no me genera respeto, y ese tipo de políticos ha dominado la política canaria y la de muchos sitios. Esto no es un endemismo canario. Para ellos es fácil comprar voluntades, crear clientelismo sin ningún tipo de visión a medio o largo plazo. Todo lo hacen para medrar, y además agrediendo el territorio y empobreciendo la vida económica y social, favoreciendo lo que Marx llamaba la miseria espiritual de las masas.