Todos tenemos un artista dentro. Y si no somos muy pudorosos, lo sacamos en cualquier momento. Basta una reunión de amigos o un asadero familiar. Una guitarra… ¡Y a cantar! Pero, estos días, en el silencio de la seguridad sanitaria, sin salir de casa (recuerda que no debes, salvo para ir a comprar, tirar la basura o sacar al perro y corriendo pa´casa) estamos escuchando, y mucho, a nuestros vecinos.
¡Cuánto arte desperdiciado! Bueno, no en todos los casos. El vecino de enfrente, por ejemplo, no se ganaría la vida cantando. Y eso que le da por grupos y temas que me gustan. Agradezco cuando pone una canción a todo volumen. Me encanta la música pop/rock de los 90. Pero, cuando se pone a acompañar y empieza a cantar… ¡Vecino, recuerda que te escuchan! Ya no es sólo que desafine (que lo hace), es que se va de tono en cada estrofa… ¡Es que no se puede hacer peor! ¡Y es que tiene una voz! ¿Cómo podría definirlo? Bueno, ni siquiera voy a intentarlo. Sería cruel por mi parte.
En todo caso, es curioso cómo ese silencio que todos notamos en la calle durante estos días se rompe, puntualmente, con música. “Música, bendita música”, que diría Serrat. Y es que la música, como otras aficiones, nos están salvando, y mucho, estos días. A mí me ayuda en mi vida, desde siempre. Escucho todo lo que cae en mis manos. Pero, siempre vuelvo a lo que me llena, a lo que me hace sentir, a lo que me da fuerza y me vuelve eufórica. Por eso me encanta que el barrio se haya convertido en una fiesta, como también canta Serrat. ¡Va por ustedes!