La directora del Instituto Geográfico Nacional (IGN) en Canarias y portavoz del comité científico durante la erupción de La Palma, María José Blanco, admite que a los investigadores que monitorizaron la situación les «hubiera gustado ser más precisos» en sus predicciones, pero «es lo que hay, no hay más conocimiento»
Transcurrido un año desde el inicio de la erupción, las felicitaciones y el reconocimiento unánime han dado paso a algunas críticas, sobre todo a las predicciones sobre cuándo y dónde emergería el volcán y en qué momento cesarán las emisiones de CO2 que mantienen evacuados los núcleos de Puerto Naos y La Bombilla.
De hecho, el próximo lunes coincidirán un acto de homenaje a los científicos y una manifestación de vecinos de dichos enclaves de la costa del Valle de Aridane.
María José Blanco, una de las referencias del Plan Especial de Protección Civil ante Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), tuvo en su día que matizar unas declaraciones que hizo en el Parlamento autonómico sobre la inminencia de la erupción cuando este organismo se reunió apenas unas horas antes de que empezara a manar la lava en la zona de Cabeza de Vaca, el 19 de septiembre de 2021.
En una entrevista con Efe recuerda que aquella reunión «fue larga porque era importante llegar a un consenso» sobre el informe que debían trasladar a los gestores de la emergencia, y la situación era «muy, muy complicada». Y subraya que por aquel entonces «no había indicios de una erupción inminente».
Al final, el informe científico determinó que se trataba de un «proceso acelerado» sobre el cual «no se podía definir una ventana temporal». «Realmente no sabíamos si se iba a detener o si podría seguir con la aceleración que tenía, o incluso ir a más», admite.
Predicciones «muy complejas»
María José Blanco hace hincapié en lo difícil que era saber, «en base a la información de lo que había en superficie, lo que estaba ocurriendo bajo tierra». Tampoco en el caso de haber dispuesto de más instrumentación habrían tenido «más luz» para sus predicciones, que en lo que a la vulcanología se refiere «son muy complejas».
Esgrime que cuando en un área geográfica existe una frecuencia eruptiva muy alta, «cada poco tiempo», se puede establecer un patrón de comportamiento, pero en Canarias disponían de «poca información», pues solo existía el precedente del Tagoro, el volcán submarino que erupcionó diez años antes en El Hierro, en el que se hizo un seguimiento con una instrumentación similar.
Solo un 10 % de las intrusiones magnéticas acaba en erupción
Carmen López, directora del Observatorio Geofísico Nacional, quien también hizo las veces de portavoz del comité científico del Pevolca, rememora que cuando registraron el enjambre sísmico el 11 de septiembre vieron que «había algo diferente» respecto a los que se venían produciendo desde 2017 bajo la dorsal de Cumbre Vieja.
«Eso nos alertó», admite López, y a partir de ahí el proceso fue «muy rápido» en comparación con el Tagoro. El Tajogaite, nombre extraoficial por el que se conoce al volcán de La Palma incluso en publicaciones científicas, «hizo el mismo recorrido: aumento de la sismicidad, frecuencia y magnitud, pero todo en ocho días», cuando en El Hierro fueron cuatro meses.
El día 17, con los terremotos cada vez más cerca de la superficie y con «deformaciones importantes» del terreno, «sabíamos que el escenario -eruptivo- estaba más cercano», relata.
¿En qué momento tuvieron la certeza de que habría una erupción? Carmen López afirma que certeza es «una palabra que no se puede usar cuando se habla de riesgos naturales» y recalca que «la gran mayoría» de los procesos preeruptivos «abortan».
La literatura científica establece que apenas un 10 % de las intrusiones magmáticas acaban en una erupción.
Recuerda que en El Hierro hubo seis intrusiones magmáticas posteriores a la erupción, alguna incluso de mayor sismicidad y deformación, y más recientemente hubo enjambres en la isla de San Jorge, en Azores, sin que acabara surgiendo el magma del subsuelo.
Cambios en cuestión de horas
Respecto a la predicción de dónde saldría el volcán, Carmen López incide en que este se alimentó de varios reservorios y que en su ascenso hasta la superficie el magma no va en línea recta, sino que «va buscando la fragilidad de la corteza», con lo que «puede cambiar de orientación en cuestión de horas».
Los científicos tenían «unos escenarios» en los que las coordenadas de zona más probables las daban los análisis de la sismicidad y la deformación del suelo, pero estos tienen «un margen de error grande», anota López, con lo que «es imposible saber las coordenadas exactas».
De todos modos, opina que el área probable que manejaron los científicos «estuvo muy acertada».
«Dimos un buen escenario, muy aproximado, pese a la incertidumbre espacial y temporal. Creo que se hizo un buen trabajo», reivindica.
El momento crítico
María José Blanco confiesa que el momento crítico de la erupción se produjo el 24 de septiembre, cuando se barajó la posibilidad de un colapso del cono principal y un derrame súbito de una gran cantidad de lava «en poco tiempo» y a distancias «muy grandes».
Más que a la población, cuya «inmensa mayoría» estaba evacuada por entonces, aquella situación suponía una amenazaba para los científicos y los miembros de las fuerzas de seguridad que estaban dentro de la zona de exclusión.
«Había poca información de dónde estaban y cuántos eran» y, a partir de ese momento, «se comprendió la necesidad de saber quién está y dónde en la zona de exclusión», y se revisaron los protocolos, cuenta la directora del IGN en Canarias.
Una vez finalizada la erupción surgió un problema añadido, el de las altas concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en La Bombilla y Puerto Naos, cuyos vecinos siguen repartidos entre casas de amigos y familiares, o bien en segundas residencias, y también realojados en hoteles.
María José Blanco considera esencial disponer de más información que permita hacer una «zonificación» y, con la ayuda de extractores de aire, dar paso al retorno paulatino de la población.
Sin visos de mejora en la emisión de gases
Pero para eso, recalca, debe haber antes una mejora significativa de la calidad del aire y por ahora «no hay ninguna tendencia mantenida en el tiempo que nos haga prever cuándo» sucederá eso.
La cuestión, tercia Carmen López, es seguir avanzando en la caracterización de esas emisiones para saber dónde es mayor y dónde es menor, y de qué depende esa variabilidad diaria, lo cual «lleva su tiempo».
«Comprendo que es una situación muy estresante para quien lo sufre y que lo que quieren son certezas y, sobre todo, soluciones. Pero está claro que el peligro es real, no se puede negar», argumenta la directora del Observatorio Geofísico Nacional.
Estas dos científicas aceptan de buen grado las críticas, pero partiendo de que «los datos son los que son».
Blanco apela a «la responsabilidad» y «la ética personal» a la hora de lanzar mensajes a la opinión pública bajo el parapeto de «una institución o un título universitario», porque habrá gente que se los va a «creer a pies juntillas».
Se refiere a las declaraciones de un profesor de la Universidad de La Laguna cuestionando la peligrosidad de estos gases.
«Todas las decisiones son criticables. Pero los datos son los que son. Eso es indiscutible. Y para poder criticar primero hay que conocer el fenómeno», zanja.