Una cuenta de Instagram creada espontáneamente recoge más de 500 casos de agresiones sexuales de mujeres canarias
Primero fue el #metoo en Estados Unidos luego el #cuéntalo en España. En Canarias de manera espontanea surge ahora una nueva corriente que anima a mujeres a contar sus experiencias como víctimas de agresiones sexuales. De manera anónima su creadora ha hablado por primera vez con un medio de comunicación. Esta es la entrevista completa.
Mi cuenta nace como crítica social y política canaria, siempre desde una perspectiva feminista. Como dice Flabita Banana, soy una mujer que sale de la «cocina de la opinión» para participar en el debate social, un espacio que tradicionalmente ha sido ocupado por hombres. En mis publicaciones, trato temas como la masificación turística, la gentrificación, la pérdida de identidad social, la crisis de la vivienda, la llegada de nuevos residentes sin control (con una media de 720 al mes en Tenerife y 281 en Gran Canaria, según el INE), los casos de corrupción política y, en general, la política en Canarias. También estoy muy pendiente de los bulos que difunde la extrema derecha, y gracias a muchas seguidoras, hemos conseguido desmentir varios de ellos y llevarlos a los medios. Hay un discurso muy peligroso que intenta focalizar la violencia, especialmente la violencia hacia la mujer, en un grupo específico de personas.
¿De dónde surge y por qué esta iniciativa?
Esto surgió casi por casualidad. Hace un mes salió la noticia de la detención de un joven marroquí por la violación de una amiga suya. Esto me llevó a hacer una reflexión pública sobre cómo hoy en día se pone el foco en la inmigración cuando se habla de agresiones sexuales, cuando todas sabemos que las mujeres sufrimos este tipo de violencia por parte de cualquier hombre, simplemente por ser mujeres, y que esto ha sido así siempre. De hecho, la mayoría de las agresiones ocurren en el entorno cercano; la violencia sexual hacia la mujer es un problema estructural. Esto es algo que todas las mujeres sabemos.
A raíz de esa reflexión, una mujer me compartió su experiencia de agresión sexual, y la publiqué. También coloqué una caja de preguntas en Instagram para preguntar si otras habían sufrido alguna agresión sexual. Recibí muchísimas respuestas, y a ese espacio lo llamé «Mujeres de Palike». El principal problema que contribuye a la ignorancia social sobre las agresiones sexuales es el silencio de las mujeres, motivado por la vergüenza y el miedo a no ser creídas. Pero si todas lo exponemos, ¿somos todas mentirosas?
Todas las mujeres sabemos que la mayoría de nosotras ha vivido algún caso de agresión sexual. Los que no lo saben son los hombres.
En septiembre, recibí un mensaje de una cuenta anónima que hablaba de un hombre involucrado en política y en fiestas inclusivas en Tenerife, quien acosaba a mujeres. Curiosamente, ese mismo hombre me seguía en mi cuenta personal y, aunque no nos conocíamos, también me había enviado mensajes muy extraños. Subí el mensaje sin pensarlo mucho, y se viralizó. Muchas mujeres comenzaron a hablar sobre esa persona, y al mismo tiempo, otras empezaron a contar sus propias agresiones a manos de otros hombres. Durante más de siete días seguidos, cientos de mujeres compartieron sus historias, lo que dio lugar nuevamente a «Mujeres de Palike».
Hoy en día, el feminismo se está utilizando como herramienta política, y la información se manipula para ajustarse al discurso que más conviene a cada partido. Se utilizan las noticias de agresiones sexuales como argumento racista. Sin embargo, cuando la agresión sexual es cometida por un «local», la interacción y los comentarios son mínimos, y el caso pasa desapercibido. No les importan las mujeres, solo su discurso. Cuando el agresor es extranjero (especialmente africano), se convierte en el chivo expiatorio de una parte de la sociedad que insiste en que las agresiones sexuales provienen del exterior, a pesar de que los datos no respaldan esta idea. Los españoles cometen la mayoría de las agresiones sexuales, seguidos por los latinos y, en tercer lugar, los africanos. No es difícil ver los casos diarios que aparecen en las noticias y que la sociedad decide ignorar porque no generan morbo.
¿Has contabilizado el número de respuestas?
Sí, he recibido más de 500 testimonios.
Hemos visto iniciativas similares, como el #MeToo, pero ¿en qué se diferencia esta, además de que surge en Canarias?
No es lo mismo decir «a mí también me pasó» que decir exactamente qué te pasó. No es igual decir «yo también sufrí una agresión» que decir «mi tío me tocaba», «mi exnovio me forzó cuando terminamos» o «me desperté y mi amigo me estaba penetrando». Aquí se ponen palabras a la agresión, se expone tal cual, sin edulcorar, sin hashtags ni celebridades de Hollywood. Se cuenta de manera cruda.
Cuando vemos un caso muy mediático, observamos a la mujer solo como una víctima. Deja de ser una persona con sueños, metas, familia, amigos, y pasa a ser «la que violaron». Para mí, los testimonios te dan otra perspectiva. No es solo una «víctima», es la panadera de tu barrio, la cajera del supermercado, la profesora, la ingeniera o la actriz que ves en la tele. Es dignidad. Una mujer que ha sufrido una agresión sexual no es solo una víctima; es alguien que ha seguido adelante con su vida, ha terminado sus estudios, ha encontrado trabajo, ha vuelto a enamorarse. No se queda estancada en esa agresión.
También es importante el aspecto local. Siempre empatizamos más con quienes están cerca. Por eso, quise centrarme en las agresiones de mujeres canarias. Es importante que se entienda que el problema no viene de lejos, siempre ha estado aquí. La diferencia es que ahora se cuenta.
¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de las respuestas?
Lo que más me ha impactado es el deseo que tenemos todas de hablar de ese momento o esa época en la que alguien abusó de nosotras. Nunca me espero que una mujer se siente durante una hora a escribirme con detalles lo que le ocurrió, para desahogarse. También me ha sorprendido la cantidad de madres que me escribieron diciendo que lloraron al saber que tendrían una niña, por miedo a lo que podría vivir en el futuro.
Percibo una cierta normalización de la violencia en las respuestas. ¿Crees que esto ayuda a que otras mujeres se sientan representadas y reconozcan que lo que vivieron fue una agresión sexual?
Totalmente. Muchas mujeres que inicialmente decían «yo he tenido suerte, no he sufrido ninguna agresión», con el tiempo se dieron cuenta de que sí lo habían hecho, pero no lo identificaron como tal.
Generalmente, asociamos el término «agresión sexual» con un acto violento que incluye forcejeo o lesiones físicas visibles. Pero también es agresión cuando te tocan el trasero en una discoteca, cuando tu pareja se quita el condón sin avisar, o cuando te penetran mientras estás dormida o inconsciente. Siempre les digo a las mujeres que imaginen la situación al revés. ¿Qué pasaría si le introdujeras algo a tu novio por el ano mientras duerme? ¿Cómo se lo tomaría?
Hemos normalizado tanto las agresiones sexuales que ni siquiera las consideramos como tales hasta que algo externo nos hace replantear y revisar nuestras experiencias.
¿Están poco visibilizadas las víctimas de agresiones sexuales?
Sí, aquí hay varios factores que influyen. El primero es que la mayoría de las mujeres no saben que en algún momento han vivido una agresión sexual, y el segundo es la vergüenza. Todas sabemos que, al hablar de una agresión sexual, lo primero que hará la sociedad será cuestionar el relato. Además, la mujer deja de ser una persona con una identidad propia y pasa a estar marcada por su agresión. Ya no es “Ana”, profesora de bachillerato; ahora es Ana, la que dice que su novio supuestamente la abusa, mientras el agresor queda como víctima. No hay un acogimiento social, como sí ocurre con otros crímenes, como el robo de un bolso o de aguacates. Nadie le pide pruebas a la persona que va a comisaría a decir que le falta el móvil o que se ha dado cuenta de que no tiene tantos aguacates. Ni le preguntan: ¿estás seguro de que no te los comiste tú?
Debemos empezar a normalizar hablar de esto en las conversaciones cotidianas, como las charlas de café. Asumir que es una realidad estructural y ponerla sobre la mesa, aunque incomode, será la única forma de empezar a crear herramientas para educar tanto a hombres como a mujeres sobre el tema.
¿Cuáles son las conductas más repetitivas que has detectado? ¿Algún patrón común?
En primer lugar, las víctimas no suelen contar su peor agresión, sino la que pueden verbalizar sin romperse. Cuando escribes algo, lo haces real, y es doloroso aceptar que a ti también te ha tocado. Pero lo más importante y complicado de aceptar, para mí, es que hombres muy cercanos a ti te han traicionado.
Por otro lado, las agresiones que más se repiten son las que ocurren cuando las víctimas son niñas pequeñas, perpetradas por un familiar o incluso por otro niño, seguidas de agresiones por parte de parejas y, en último lugar, por amigos cercanos.
El patrón común en estas agresiones es que todos los agresores tienen una posición de poder sobre la víctima. Cuando son pequeñas (o jóvenes) y el agresor es un familiar, si la víctima lo dice, normalmente es fuertemente cuestionada por su entorno, y la familia se divide para siempre o, directamente, no la creen y todo sigue como si no hubiera pasado nada. Los agresores siempre salen «ganando» y acaban teniendo la protección de al menos una parte de la familia. En el caso de parejas, las agresiones suelen ocurrir de forma «natural». Muchas veces, después de años con esa persona, de repente te fuerza o te despiertas porque te está penetrando. En ese caso, si la pareja discute el asunto, el hombre suele adoptar una postura defensiva, como si no fuera para tanto. Tras esa conversación, ambos van a sus grupos de amigos: los de él le dirán que es lo más normal del mundo, y los de ella que a veces pasa, que es algo «normal». Si ambas partes no tienen un círculo reflexivo que cuestione y apoye a la víctima, ese comportamiento se repetirá mientras dure la relación. Así, el novio ejercerá agresiones sexuales mientras su pareja está dormida, porque cree (gracias a la validación social) que es legítimo penetrar a alguien mientras está inconsciente si se tiene una relación afectiva. Lo mismo ocurre con los amigos de las víctimas: la mayoría de los casos suceden después de haber bebido un par de copas, cuando la mujer no está en plenas facultades o, directamente, está inconsciente y se despierta con su amigo penetrándola. Los agresores aseguran que fue consentido, pero ellas sienten que no, aunque no recuerden los detalles. Al enfrentarse a esa persona o a sus amigos en común, siempre habrá una división: unos las creen y otros no. Por lo tanto, la víctima experimenta una doble ruptura en su entorno cercano, viviendo varios duelos a la vez, y en ninguno de esos casos se siente completamente validada.
¿Has impuesto algún tipo de filtro?
El único «filtro» ha sido que los testimonios provengan de Canarias. Para mí es muy importante la cercanía y el sentimiento de pertenencia. También he revisado todos los testimonios para asegurarme de que abordan el tema que estamos tratando. No es justo deslegitimar una agresión solo porque no es violenta o traumática. Es igual de importante que te toquen en una discoteca o que te agreda sexualmente tu padrastro. Todo proviene del mismo problema: la hipersexualización de la mujer por parte de la sociedad.
¿Qué balance haces hasta ahora de la iniciativa?
He llegado a la conclusión de que los hombres no nos ven como iguales. Lo hacen porque creen que tienen derecho sobre el cuerpo de la mujer, que es de uso y disfrute para ellos con total accesibilidad, y que, además, las mujeres nacemos para ese fin. En el fondo, creen que estamos felices cumpliendo nuestra «labor natural». No es algo que piensen activamente, sino que es un aspecto cultural que nunca se han cuestionado. Y si alguna vez lo hicieron, la sociedad les dijo que siguieran haciéndolo, que tenían razón.
No se han parado a pensar que introducir algo en una persona inconsciente no es lo correcto, hasta que les planteas el caso inverso: ¿qué pasaría si un chico gay aprovechara que duermes y te penetrara? Solo hay que ver la reacción de los hombres al salir del proctólogo, y cómo muchos «bromean» con el sexo anal, sin entender que tenemos las mismas terminaciones nerviosas que ellos. ¿Qué sucedería si, durante una relación sexual, decidieras penetrar a tu chico con un consolador sin previo aviso ni conversación? ¿Cómo se sentiría teniendo que ir a urgencias con una fisura anal porque a su pareja se le ocurrió penetrarlo?
Y de aquí, creo yo, nacen muchos de los problemas en las relaciones de pareja. La mayoría de los hombres no construyen relaciones de igualdad con las mujeres; más bien establecen relaciones sexoafectivas en las que la mujer satisface sus necesidades en todos los aspectos, mientras ellos cubren lo mínimo. Esto también explica los problemas de comunicación o esa dinámica conocida en la que tu pareja empatiza más con sus amigos que contigo, a pesar de la intimidad que has compartido con él. Da igual que hayas estado a su lado cuando estuvo enfermo o que le hayas secado el sudor cuando tenía fiebre; un amigo siempre será más importante que tú, simplemente por ser hombre. Luego viene aquello de que las mujeres «piden mucho» o mandan mensajes largos pidiendo explicaciones, y los hombres «no saben qué decir». En mi opinión, la raíz está en que las relaciones que los hombres establecen con las mujeres son desiguales. No se molestan en crear vínculos emocionales con ellas como lo hacen con sus amigos, y no sienten que deban dar explicaciones a su pareja. Los hombres empatizarían profundamente si su amigo les contara que su novia le causó una fisura anal al meterle un consolador sin avisar. Sin embargo, si es tu pareja, se considera normal y no es para tanto.
Este tipo de dinámicas en las relaciones hombre-mujer son un conocimiento tradicional que hemos heredado de la sociedad y, hasta ahora, no se han cuestionado los pilares de cómo formamos relaciones.
Por último, han hecho esta iniciativa bajo el anonimato para salvaguardar la identidad. Explícanos por qué.
Estoy amenazada por varios grupos debido al trabajo que realizo en redes. Cuando el 20A, el lobby hotelero y VV amenazaron mi integridad física a través de cuentas falsas. Hace unos meses, hice dos publicaciones desmintiendo bulos que grupos de extrema derecha de Canarias difundieron, lo que llevó a varias personas a amenazarme con golpearme o violarme si me encontraban, para que «aprendiera lo que se viene a España». Ahora está ocurriendo lo mismo con hombres que se han sentido señalados con estos testimonios. De hecho, intentaron robarme la cuenta este jueves, sin éxito, por suerte.