Nueve días de incendio han dejado un intenso olor a quemado, nubes de humo y ceniza en la zona afectada en Tenerife
La huella que ha dejado tras de sí el incendio que azota a la isla de Tenerife desde hace nueve días se observa desde las carreteras serpenteantes que conducen al Teide. La imagen en blanco y negro que se observa a lo largo de la TF-24, desde La Esperanza, es desoladora.
Un olor intenso a quemado da la bienvenida a todo el personal de seguridad y de extinción, bien a través de los remolinos o de nubes de humo que aún imperan en la zona.
Las vallas de madera que perfilan las carreteras en dirección al Teide no solo lucen quemadas. También están rotas y, además, están acompañadas de rocas y ramas que se han ido desprendiendo.
Una vista rápida a la corona forestal que acompaña en dirección a Izaña deja la esperanza de que no todo está perdido. Pero muestra su debilidad a través de la vegetación que ya no existe.
Convivir con la ceniza
En Izaña, sin embargo, el blanco de las infraestructuras científicas de la AEMET y del Instituto Astrofísico de Canarias protagonizan la escena, tras haber sido salvadas, con esfuerzo, por los equipos de extinción a tan solo 50 metros de distancia. Sin embargo, ambos espacios científicos convivirán durante un tiempo con un obstáculo casi invisible: la ceniza.
Su pequeño tamaño la hace inapreciable, pero su presencia daña las ópticas de los telescopios que, hasta la fecha, han aportado luz a la investigación del espacio. El Teide sigue erigiendo su natural grandeza, a pesar de que sus faldas hacia el valle de La Orotava mezclan su color habitual con un gris que se desliza con lentitud y columnas de humo que siguen activas.
Los efectivos que permanecen en la zona, tanto equipos de extinción como personal de seguridad, guardan la solemnidad propia de su cargo. Aun así, de vez en cuando dejan ver su sentido más personal, sobre todo aquel que nace de compartir experiencias y comprobar el trabajo «bien hecho» que se ha hecho «desde la coordinación y el respeto».
Pasará tiempo para que la vida vegetal vuelva a resurgir a través de las más de 2.000 hectáreas que se han quemado en este espacio protegido. Se mantiene la fe y la esperanza en el pino canario, y la paciencia en la retama. Aún así, la vida siempre se hace paso, y mientras se deshace el camino por la misma carretera la fauna del monte de Tenerife se hace escuchar.
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