Mohamed y Mamadou cuentan como vivían de la pesca en Senegal hasta que empezaron a aparecer los barcos con bandera asiática. La falta de peces les obligó a huir a Canarias en un cayuco
Greenpeace alertó, a finales del pasado año, de cómo las políticas de expolio de recursos en el África Occidental estaban obligando a muchas personas a emigrar hacia Canarias a través del camino migratorio más peligroso hacia Europa.
Según el informe «Muertes de inmigrantes en rutas marítimas a Europa 2021», de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), 399 personas fallecieron intentando llegar a España por la ruta occidental durante el primer semestre del año. De ellas, 250 murieron en su viaje hacia Canarias.
En sus informes, la organización de las Naciones Unidas siempre precisa que sus cifras son estimaciones mínimas. El Colectivo Caminando Fronteras eleva el recuento a 2.087 muertos y desaparecidos durante el primer semestre en España, de ellos 1.922 en la Ruta Canaria.
Greenpeace advertía en su informe del impacto en el empleo, la economía y la seguridad alimentaria que estaban sufriendo países del África Occidental, como Senegal, ante el aumento de la presión por parte de las flotas pesqueras europeas y asiática.
El expolio en el mar está empujando a miles de jóvenes de zonas pesqueras como Mbour o Saint Louis a subirse a los cayucos en busca de futuro. Según datos del Ministerio del Interior publicados por el Defensor del Pueblo, de las 23.023 personas que llegaron en pateras a las islas en 2020, 4.539 eran senegaleses.
Media vida en el mar
El mar empujó a Mohamed y Mamadou, que prefieren ocultar sus verdaderos nombres por miedo a represalias, a coger un cayuco y viajar desde Senegal a Canarias. Los dos quieren contar su historia y denunciar la situación que viven miles de familias de Mbour, epicentro de muchos de los cayucos que llegan a Canarias.
El relato lo cuentan en wolof, la única lengua que hablan, y con ayuda de una traductora. El primero en hablar es Mohamed y lo hace para explicar que no fue a la escuela, también para insistir en que lleva 15 años -«media vida», asegura- dedicado a la pesca.
Hubo un tiempo en el que la suerte estuvo de su lado y pudo tener barco propio, contratar a once hombres y regresar a casa con el salario suficiente para mantener a su mujer y a su hijo de tres años. La suerte estaba de su lado hasta que aparecieron barcos chinos que «empezaron a pescar en mi zona y acabaron con todo el pescado», explica el joven a Efe.
«A partir de ahí, todo se fue volviendo más difícil, no tenía material de pesca y tuve que pedir créditos para pagar el gasóleo y los sueldos hasta que fui acumulando una deuda de 60 millones de francos CFA (91.500 euros)», cuenta.
Mohamed se vio con las manos atadas y sin poder devolver el dinero a sus prestamistas. Un día empezó a recibir amenazas, querían el dinero. Asustado, buscó seguridad en la Policía, pero solo pudieron ayudarle aconsejándole recurrir a un abogado.
Deudas, amenazas…. emigración
«No me dio tiempo de hacerlo, porque siguieron con las amenazas de muerte hasta que un día fueron a mi casa», cuenta. «Temí por mi vida y hui con lo puesto, ni siquiera pude llevarme el teléfono», asegura. Era octubre de 2020.
Mohamed se escondió en un cayuco y pudo hacer la travesía sin pagar el pasaje. Once días después, los 93 tripulantes llegaron a Gran Canaria.
Insiste en que en Mbour toda la gente es pescadora, y no para de repetir que todo iba bien «hasta que llegaron los chinos al mar y empezaron los problemas».
Un informe del Observatorio Senegalés de Migraciones apunta cómo de las 1.197 candidatos a la migración irregular interrogados por las autoridades durante el periodo del 1 de septiembre al 30 de noviembre de 2020, 714 aseguraron ser pescadores y 79 pescaderos.
«Allí, no teníamos solución, íbamos al mar y no traíamos nada, antes ganaba hasta 50.000 francos al día (76 euros), luego ni siquiera cogíamos para poder comer nosotros», explica.
«El Gobierno de Senegal ha vendido el mar a los grandes barcos de pesca», asegura Mamadou. Lleva unos meses en Fuerteventura, hasta donde llegó después de que el Ministerio de Migraciones lo sacara del campamento de Las Raíces, en Tenerife, y lo trasladara al de El Matorral.
En busca de asilo
Mamadou, de 32 años, empezó con 13 a salir a faenar. Un patrón confió en él y le dio un empleo que le permitió sobrevivir y crear una familia junto a su mujer y los dos hijos que llegaron después.Trabajó durante 19 años en la pesca hasta que el mar se quedó sin peces. Un día pidió dinero prestado a su patrón, luego llegaron más días en los que tuvo que recurrir al jefe si quería dar de comer a sus hijos. Al final, la deuda sumó 800.000 francos CFA (1.220 euros).
Su patrón le pedía el dinero, pero el senegalés no tenía monedas en los bolsillos que calmaran el cabreo de su jefe. Al final, llegaron las amenazas de muerte y Mamadou se vio obligado a mirar a Europa como escapatoria.
Se metió en un cayuco que llegó a Tenerife diez días después de partir de Senegal, viajaban 123 personas.
En Las Raíces intentó pedir protección internacional, pero no consiguió acceder al procedimiento. Más tarde, lo enviaron a Fuerteventura donde ahora, a través del proyecto Ikual, una ONG que presta asesoramiento jurídico a los inmigrantes, lo asesoran.
Los dos jóvenes esperan poder solicitar protección internacional en Fuerteventura. Beatrice Kunz, presidenta de Ikual, recuerda que ambos han sido «amenazados en su país por las deudas que han contraído a consecuencia de una situación de expolio de los recursos naturales», un hecho que, a su juicio, se produce con «la complicidad del Gobierno de Senegal y de las grandes empresas europeas y chinas».
Esta mujer insiste en que la huida de un país que sufre pérdida de recursos naturales por la sobreexplotación por parte de otros países «debería figurar como motivo de asilo» y agrega «allí no consiguen sobrevivir».
Mohamed y Mamadou esperan que España les permita algún día vivir tranquilos y poder dedicarse a la pesca, es lo que llevan haciendo toda la vida, aseguran.
También afirman que en Mbour todos los jóvenes quieren coger el cayuco que un día les servía para pescar y orientarlo rumbo a España.
Eloy Vera/EFE