Francia amanecerá este próximo lunes ya sabiendo si vivirá otros cinco años de Emmanuel Macron en el Elíseo o tendrá, por primera vez, una persona de extrema derecha a los mandos del país
La segunda vuelta de las elecciones francesas enfrenta a Macron, y a una visión moderada de Francia y de Europa, con una Marine Le Pen que, a base de moldear imagen y discurso, aspira a rascar apoyos incluso entre izquierdistas desencantados.
Ambos candidatos ya vivieron un primer cara a cara en las presidenciales de 2017. Entonces, Macron logró un 66 por ciento de los votos y Le Pen se tuvo que conformar con menos del 34 por ciento. Pero el escenario político, económico y social de entonces no es el mismo que el de ahora, ni dentro ni fuera de las fronteras galas.
Macron hizo valer su condición de favorito en la primera vuelta del 10 de abril y logró más del 27 por ciento de los sufragios, más de cuatro puntos por encima de su rival directa. Este primer ensayo sirvió para demostrar que la líder de Agrupación Nacional tiene unos electores fieles, como ha venido demostrando en las últimas grandes citas electorales.
Ventaja de 10 puntos para Macron en las elecciones francesas
Los sondeos dibujan ahora una ventaja de unos diez puntos porcentuales para Macron para esta segunda vuelta. Algo que de confirmarse ya supondría para Le Pen mejorar su resultado de 2017. Pero tanto el presidente como su equipo se han esforzado en estas últimas dos semanas por dejar claro que no se puede dar nada por sentado.
Temen al fantasma de la desmovilización electoral y que no valga con el hecho de que prácticamente todos los candidatos derrotados en primera vuelta –y dirigentes europeos como el español Pedro Sánchez— hayan pedido el voto para Macron. Sólo Éric Zemmour ha respaldado a Le Pen, mientras que el izquierdista Jean-Luc Mélenchon ha instado a no votar por la ultraderecha ni a abstenerse, en una postura ambigua.
Dos candidatos con dos perfiles
Macron no quiere ser presidente de un solo mandato como sus predecesores inmediatos, Nicolas Sarkozy y François Hollande. Y para ello ha tratado de presentarse como un gobernante solvente, una garantía de estabilidad que, al margen de sus inclinaciones liberales y de centro-derecha, pueda contentar a un amplio abanico del electorado.
Ya no es la novedad de hace cinco años, pero el fundador de La República en Marcha (LREM) ha tratado de hacer de esta experiencia principalmente su principal baza de victoria. Frente a quienes le acusan de elitista, ha reforzado una imagen de cercanía, con conversaciones improvisadas con ciudadanos en actos de campaña y fotografías oficiales desenfadadas.
Le Pen, por su parte, se define como «patriota» frente a los políticos tradicionales que, en su opinión, han fallado al país durante décadas. Incluye a Macron dentro de esta élite. Mientras trata de presentar una imagen más amable que en la que en su día se asoció a su padre. Fundador del Frente Nacional e impulsor de la ultraderecha política moderna en Francia.
Uno de los principales retos de Macron, evidenciado en el debate televisado del miércoles, ha consistido en dejar en evidencia las costuras del discurso de Le Pen. Y recalcar su ideología ultraderechista sin demonizarla ni parecer arrogante, adjetivo que le han atribuido una y otra vez sus rivales políticos.
Analistas y medios coinciden en que el mandatario salió vencedor del debate, en el que Le Pen sin embargo no se vio igual de acorralada que en 2017 –ella misma ha reconocido que el debate de entonces es el mayor error de su carrera política–. Macron triunfó, pero ni mucho menos dejo KO a su contrincante.