El volcanológo del Instituto Geográfico Nacional, Stavros Meletlidis, explica en un hilo de Twitter que el calor del volcán de La Palma «nos acompañará el resto de nuestras vidas»
Explica que el Timanfaya registra temperaturas de 600º cuando han pasado 300 años de la erupción, algo normal en este tipo de eventos
El volcanólogo del Instituto Geográfico Nacional, Stavros Meletlidis, trata de explicar a la ciudadanía las razones de que ocho meses después de que finalizara la erupción podamos ver incandescencias en algunas zonas del volcán de La Palma. Una situación normal y esperable tras un evento de esta naturaleza y que no entraña en sí mismo riesgo de una nueva erupción.
Según explica el científico, la permanencia de temperaturas de más de 800 grados se debe a que el magma (un compuesto de roca fundida, minerales y volátiles) sube desde el manto terrestre a una temperatura de 1400ºC. En este viaje hacía la superficie, explica Meletlidis, la temperatura cambia y disminuye, razón por la que en el momento de la erupción llegan a medir temperaturas de 1100-1200ºC. A día de hoy, 8 meses después de que finalizara el proceso eruptivo, la lava del volcán de La Palma registra temperaturas que oscilan entre los 800 y los 1.000 grados.
Una vez terminada la erupción, lo esperable es que las coladas o el cono generado, bajen a temperaturas normales, de ambiente. Algo que todavía no ha ocurrido y que requerirá de un periodo de tiempo aún por determinar.
Las coladas permanecen a temperatura ambiente
En el caso de las 12 coladas de lava formadas durante la erupción, la parte exterior de algunas de ellas se enfrío a las pocas semanas de finalizar la erupción, en el caso de las de menor espesor.
En realidad, continúa, la parte exterior de estas está fría prácticamente desde que se emplaza, pero es el material fundido debajo de ella lo que hace que todo el cuerpo siga a temperaturas que llegan a superar los 700ºC.
El cono volcánico registra temperaturas de 1.000 grados
En el cono, las cosas son distintas. La superficie está cubierta por material poco consolidado (cenizas, piroclastos, escorias, todo apilado) que parten de una temperatura menor, pero a pocos metros debajo de ese material, estamos a 1000ºC, y estaremos así mucho más tiempo que las coladas.
«Para entender esas altas temperaturas primero tenemos que entender el medio, el magma, que en la superficie lo llamamos lava (aunque no es lo mismo). El secreto está en la masa como dirían en el horno, y sí, el secreto está en los minerales, tanto en los cristales como masa cristalina, donde ellos flotan o crecen (de Bowen hablaremos otro día).»
Así, explica en su cuenta de Twitter, los minerales tienen la capacidad de almacenar el calor, y aunque lleguen a cristalizar y a cambiar, siguen manteniéndolo.
El experto subraya que «la sorpresa» viene a pocos metros de profundidad y en los puntos de los caminos que ha usado el magma para llegar a la superficie o donde ha rellenado fracturas y discontinuidades. En estas zonas se llegan a registrar temperaturas en torno a los 1.000ºC y se puede apreciar a simple vista el material incandescente.
En este punto, insiste en que cuando el magma basáltico o la lava en superficie baja de los 1.000ºC dejan de fluir, por lo que no existe ninguna probabilidad de que esta roca caliente pueda fluir o «recobrar vida» de nuevo.
Sobre esto último, Meteltlidis abunda en que desde la superficie a una profundidad de entre 10 y 12 kilómetros hay un entramado de ramificaciones y cuerpos magmáticos por donde sube el flujo del calor.
En el caso de que se trate de un dique de alimentación, aunque la incandescencia desaparecería después de unos meses, la parte central bajaría a 800ºC después de varios años.
Como muestran las medidas en el campo, análisis en laboratorios y modelos numéricos de enfriamiento, un dique basáltico de entre 4 y 5 metros (superficial) que ha participado en una erupción necesita unos 100 años para llegar a una temperatura de 200ºC.
El Timanfaya registra temperaturas de 600º cuando han pasado 300 años de la erupción
Explica el científico que «las cosas cambian mucho en profundidad», y pone como ejemplo el volcán de Timanfaya en Lanzarote, que erupcionó el 1 de septiembre de 1730. Han pasado casi 300 años de las erupciones y el cuerpo magmático permanece a casi 5 kilómetros de profundidad y, aun así, a 13 metros de la superficie se pueden medir 600ºC.
«Si aplicamos esto a La Palma entendemos que este calor nos acompañará en el resto de nuestras vidas. No nos queda otra que normalizar las temperaturas en un área que ha sufrido una erupción y respetar este entorno. Como he dicho siempre, es algo natural, normal y esperable», concluye.