Localizado entre los municipios de Firgas y Moya, nace en la cumbre, a unos 1.620 metros de altitud, y muere en el mar dibujando un espectacular itinerario
El barranco de Azuaje es, sin duda, uno de los más espectaculares de Gran Canaria. Localizado entre los municipios de Firgas y Moya, nace en la cumbre, a unos 1.620 metros de altitud, y muere en el mar, en la costa de San Andrés.
Una parte del barranco la constituye la Reserva Natural Especial de Azuaje, que disfruta de un cauce permanente de agua que favorece el desarrollo de numerosas especies vegetales. Conserva parte del bosque de laurisilva de la isla, además de cañaveral, sauces o especies como el bejeque.
Agumastel para los antiguos canarios, el barranco de Azuaje- mantuvo su nombre prehispánico hasta posiblemente la segunda mitad del siglo XVI. Sin embargo, llegados a este punto, debemos apuntar que sería más correcto hablar de barrancos, ya que recibe varios nombres a lo largo de su recorrido: ‘de Crespo’, ‘de la Virgen’, ‘de Guadalupe’ y, finalmente, barranco de Azuaje hasta la costa.
El nombre proviene de la familia Azuaje (castellanizado a partir del Soaggi genovés), propietaria de un ingenio azucarero en al zona unas décadas después de concluir la conquista de la isla. Es un ejemplo más de la importancia que la cultura del azúcar tuvo en las islas y que, en este caso, pervive a través de la toponimia.
El agua es una de las grandes riquezas del espacio. A lo largo del barranco discurre un caudal que da lugar a cascadas, y pequeñas charcas rodeadas de frondosa vegetación.
El balneario enmudeció hace casi cien años
La fama de las propiedades medicinales de la Fuente Santa popularizó la zona. En los años 60 el doctor Casares confirma las bondades de las aguas, ricas en hierro en disolución.
En los años 80 del siglo XIX se levantó el balneario en respuesta a la gran afluencia de personas que acudían al lugar. Las instalaciones ofrecían 16 habitaciones que podían alojar a una treintena de huéspedes.
Pionero del turismo en las islas, el hotel balneario cerró sus puertas en 1938 y nunca volvió a abrir. Aún hoy sus ruinas continúan sobrecogiendo al visitante.