
Hacemos un repaso por la evolución de la imagen de la Virgen de los Reyes en El Hierro, que ha pasado por ocho restauraciones y hasta una hospitalización
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En mitad de una Dehesa, entre el silencio, las sabinas y las visitas peregrinas, espera la Virgen de Los Reyes. Desde hace 284 años toda una isla gira en torno a ella, la absoluta protagonista de La Bajada, la única capaz de detenerlo todo. Va a hombros de todo un pueblo, entre sudor y polvo, para cumplir una promesa. Llegó envuelta en leyendas, dicen que escogió su hogar, y se quedó para medir el tiempo de los herreños. Hoy la miramos de cerca, porque en ella está escrita una parte de la historia del arte sacro de Canarias.

Evolución de la imagen
Es una talla anónima, de madera policromada y en sus manos sostiene a un niño. Hay quienes dicen que te sigue con la mirada y quienes su rostro devuelve el reflejo exacto de quien la contempla
Pero la Madre Amada, como cariñosamente la nombran los herreños, no siempre fue así. El polvo, el desgaste del camino y las grietas han obligado a restaurarla hasta en ocho ocasiones.
Hay una alto volumen de restauración en esta pieza, ya que no solo se retoca la policromía, sino que también hay alteración de los rasgos porque se le han restaurado los párpados o el pelo.
Algunas de estas intervenciones, como las de Nicolás Perdigón, en 1897, dejaron tantas dudas que El Hierro entero llegó a preguntarse si aún era la misma Virgen. Por eso, ahora las restauraciones se hacen con todas las garantías. Se ha hecho una comisión de seguimiento para que no se altere lo que visualmente la población conoce.
Última restauración
En esta Bajada, la Virgen saldrá por primera vez renovada desde que pasó por las manos del restaurador Rubén Sánchez. Hay cambios. Algunos casi imperceptibles. Otros, inevitables. Hay matices de color, como el rubos de las mejillas, que es más sonrosado.
Tan inédita fue esta intervención que la Virgen, por primera vez, fue al hospital. Fue «una operación de alto secreto», explica Sánchez. Se hizo durante la noche para que no hubiese nadie por los pasillos y se restringió al mínimo a los trabajadores presentes.
Se mezcla la cotidianeidad de un trabajo, con una imagen que lleva el peso y la devoción de una isla para que los devotos no sientan que les han cambiado su imagen.
