El mes de agosto de 1994, en Las Salinas, Fuerteventura, llegaron dos hombres saharauis, lo que supondría un nuevo camino desde África para llegar a Europa, la Ruta Canaria
El 28 de agosto de 1994, los hermanos Juan y Pablo García, marineros de Las Salinas, en Fuerteventura, vieron cómo dos hombres saharauis se bajaban de una barca de pesca que acaba de fondear en el muellito y echaban a andar sin rumbo y sin ser conscientes de que abrían una rendija al éxodo de miles de africanos hacia Europa: habían ‘inaugurado’ la Ruta Canaria.
Hacía ya años que los marroquíes se jugaban la vida intentando atravesar los 14 kilómetros del Estrecho de Gibraltar en embarcaciones precarias, pero serían Baijea y Bachir, dos jóvenes de 24 y 22 años, los que un 28 de agosto abrieron una nueva puerta a Europa desde África a través de Canarias cruzando los 96 kilómetros que separan Fuerteventura del continente africano.
Las Salinas de mediados de los noventa seguía siendo un pueblo marinero que podía presumir de tener una de las salinas más antiguas de Canarias y un restaurante donde comer el mejor pescado de la zona, Los Caracolitos.
Su propietaria, Aurora Hernández, despide a los últimos comensales. Cuando no queda nadie, se sienta en la misma terraza que ofreció resguardo a los inmigrantes que, de noche, llegaban ateridos de frío hasta este punto de la costa del municipio de Antigua.
«Mis cuñados, Pablo y Juan, eran marineros. Fueron ellos quienes vieron llegar el barco, recuerdo que decían que ese tipo de barcos no era de la zona y que desembarcaron dos personas”, cuenta a EFE.
«Algo novedoso y, a la vez, terrible»
De aquel día de 1994 apenas tiene más recuerdos, pero sí de las siguientes llegadas y de los primeros naufragios, según avanzaba la década de los noventa y principios del 2000 y Las Salinas se convertía en uno de los principales desembarcaderos de pateras del archipiélago.
En las primeras llegadas, asegura que hubo «exaltación» entre los lugareños porque era «algo novedoso y, a la vez, terrible, pero con el tiempo lo hemos ido normalizando».
Aurora recuerda cómo vivió aquellos momentos. Una noche, ella y su marido oyeron un ruido procedente de la terraza del restaurante, bajaron con linternas y «con miedo de ver qué nos encontrábamos».
Al llegar, vieron «un montón de hombres sentados, mojados y muertos de frío hablando en francés. Nos salió ayudarles, les abrigamos con manteles y mantas y les ofrecimos agua y leche caliente hasta que vino la Policía Local», cuenta.
Las primeras muertes
Su relato tiene capítulos en los que se oyen gritos de una mujer, tras bajar de la patera, intentando localizar a su marido en medio de la oscuridad de la noche; episodios de naufragios y de cuerpos sin vida a la orilla del mar; historias como la de su cuñado, que vio un cadáver flotando mientras pescaba pulpos, o el que ella misma se encontró a escasos metros de su casa.
Desde su ventana, su cuñada la alertó de que había algo a la bajada de la rampa; bajaron y había un cuerpo. «A mí no se me ocurrió otra cosa que ir a mi casa y cubrirlo con una sábana para evitar que los niños vieran esa situación tan desagradable», explica.
«Esa imagen no se me borra. Por mucho que te cuenten vivir en primera persona y ver que los sueños de una persona acaban en un rincón como este es muy desagradable», se lamenta.
Treinta años después, Aurora ha entendido que los que viven a este lado del mundo son «muy afortunados. En cada persona que arriesga su vida y la de sus hijos hay una situación terrible, sólo están buscando una vida mejor».
Juan Francisco de Vera y José Ángel Suárez llevan cada uno de ellos más de 30 años como agentes de la Policía Local de Antigua. Recuerdan cómo aquel 28 de agosto les llegó el aviso de que había un barco fondeado en el muellito, que no dejaba salir a faenar a los de la zona. La encargada de llamar fue Aurora.
Nadie sabía que hacer
«Cuando llegamos no vimos nada, pero la gente nos dijo que habían salido en dirección hacia Caleta de Fuste; fuimos hacia allí y, por el camino, nos encontramos a dos personas andando por la carretera. Al pararlos, nos dijeron que eran saharauis y que querían asilo político, eso fue lo único que les pudimos entender», cuenta Juan Francisco.
Después llamaron a la Guardia Civil y Policía Nacional, pero nadie sabía qué hacer, «porque en Canarias no había sucedido nada similar”, recuerda.
El reloj marcó la hora de la cena y los dos agentes decidieron llevárselos a Frasquita, un restaurante de El Castillo, «hablamos con su encargado Joaquín Ramos, y nos dijo que los pasáramos porque él había matado mucha hambre en África».
Al final, se decidió llevarlos a las dependencias de la Policía Nacional. Más tarde, el barco fue retirado con la ayuda de una grúa. En su interior, encontraron un recipiente con gasolina, una brújula, cordales de pesca y un motor, que fue a parar a los almacenes del Ayuntamiento.
Un nuevo camino desde África
Juan Francisco y José Ángel jamás pensaron que aquellos dos jóvenes abrían un camino desde África que en febrero de 1995 volvían a recorrer cinco saharauis. Ese año llegaron 40 inmigrantes en pateras a la isla.
«Vivimos la época dura de las pateras», asegura Juan Francisco y añade su compañero que, durante un tiempo, «prácticamente, a diario llegaban embarcaciones a Las Salinas, La Torre, Jacomar, Pozo Negro… Al final, estaba casi normalizado».
Al echar la vista atrás, Juan Francisco asegura que lo más duro fue cuando cientos de inmigrantes permanecían encerrados en la terminal del antiguo aeropuerto, el bautizado por la prensa y las organizaciones humanitarias como ‘Guantánamo 2’, o cuando se hacinaban en colchones en el cuartel de la Guardia Civil.
También fue duro para los agentes encontrarse cadáveres en la orilla que se recogían y «prácticamente se los llevaban a enterrar al cementerio porque los cuerpos estaban irreconocibles después de mucho tiempo en el mar».
No se asoció a inmigración, sino a asilo
Manuel Hernández Delgado era el representante en Fuerteventura de la Delegación del Gobierno cuando empezaron a llegar las pateras. Recuerda la sorpresa que causó la llegada de dos personas que decían ser saharauis que venían huyendo del régimen de Marruecos.
«Nos llevamos una sorpresa, pero no le dimos más importancia porque no la asociamos con el fenómeno de la inmigración, lo vimos como un tema meramente político«, cuenta a EFE en el despacho de su casa.
A los dos jóvenes se les aplicó la Ley de Extranjería, medida que conllevaba su expulsión, pero como habían solicitado asilo político fueron trasladados a un centro de Gran Canaria a la espera del trámite. En esos momentos, asegura, «era muy difícil el tema del asilo político porque suponía desairar a Marruecos y reconocer que era un país de represión».
La noticia del 28 de agosto quedó olvidada en la hemeroteca hasta que llegó una segunda patera, «entonces se empezó a hablar de invasión y de que (el rey marroquí) Hasan II quería invadir Canarias, el tema causó un impacto nacional a través de los medios de comunicación», recuerda.
«El fenómeno de inmigración como tal no existía en nuestra conciencia hasta que empezaron a llegar subsaharianos de Senegal o de Mali. Entonces nos dimos cuenta de que era un fenómeno motivado por gente que lo estaba pasando muy mal y huían de sus países por motivos políticos, económicos…», explica.
El CESID alerta de la situación de África
En 1995, Hernández Hierro y el resto de los directores insulares de la Administración del Estado mantuvieron una reunión con el delegado del Gobierno en Canarias, Eligio Hernández. Fue ahí cuando les comentó que «el CESID (el organismo de inteligencia que precedió al CNI) había detectado en el África subsahariana a miles de personas que pretendían salir de esos países para buscar una vida mejor».
Incluso, les puso sobre la mesa lo que había visto él mismo durante un viaje a África, donde «había detectado a miles de jóvenes que querían salir. Ahí nos dimos cuenta de que el fenómeno, de cara al futuro, iba a tener una trascendencia tremenda y así se demostró luego», comenta Hernández Delgado.
Hace tiempo que no llegan pateras a Las Salinas. Aurora cierra la puerta del restaurante, no sin antes comentar que no sabe francés, pero que aprendió a leer la palabra miedo en los ojos de los inmigrantes.
También sabe cómo se dice gracias en árabe: ‘shukran’. Lo aprendió, de tanto escucharlo, a las personas que llegaban en patera a Las Salinas.
Eloy Vera/EFE