Desde la Era del Molino, la música de las bandas y la energía de todo el pueblo se adueñó del Valle de Agaete en uno de sus días grandes

Con la mirada puesta en Tamadaba y el corazón en la ermita de San Pedro, el Valle de Agaete ha sido lugar de encuentro, sentimiento y tradición, con un pueblo volcado bailando su Rama.
Brazos en alto, bucios resonando, y vecinosy visitantes unidos en una fiesta que late en las entrañas de Agaete. Se celebra hundiendo sus raíces en la historia y la pasión por su tierra.
Desde primera hora de la mañana del sábado, todos los caminos llevaban al Valle de Agaete. Los romeros y romeras tomaban respiro en la Era del Molino. Allí el pueblo les fue a buscar para reunir una comitiva de ramas y alegría. Lo hicieron al ritmo de la Banda de Agaete que marcó el inicio de una fiesta que los vallenses llevan dentro.
Ni las altas temperaturas pudieron con el compromiso del pueblo con San Pedro Apóstol. Un pueblo que ya luce arropado por el olor de las ramas cuidadosamente trabajadas traídas desde Tamadaba.

Tomó el relevo Guayedra, poniendo la música a una fiesta que no paró hasta la medianoche.
Tomando la bajada principal, la Banda Clandestina asentó el ritmo y el pueblo se vistió de verde en uno de sus días grandes.

Al caer la noche, la Rama y la música de las bandas afianzaron el baile en las calles, con la tradicional Retreta en su escenario nocturno, donde no faltó la verbena, con la que las Fiestas de San Pedro pisa el acelerador para encarar su recta final.